HHhH de Laurent Binet
Por Laszlo Erdelyi
Reinhard Heydrich era, para
Hitler, el paradigma del dirigente nazi: ambicioso, cruel, y eficiente.
Se ganó
el mote de “bestia rubia”. Bestia, por carecer de humanidad; rubio, porque encarnaba al
ario perfecto, a diferencia del mal entrazado Goebbels, del gordo
Goering, o del lentejudo Himmler. Fue también el más temido entre los
propios nazis. Sabía demasiado. Elegido por Himmler como su segundo en las SS, estuvo a
cargo de la RSHA (que reunía a la Gestapo , la policía política y la
policía criminal), y fue máxima autoridad en la ocupada Checoslovaquia. En
las SS le decían, por lo bajo, “HHhH”, Himmlers Hirn heisst
Heydrich, “el cerebro de Himmler se llama
Heydrich”. Pero pasaría a la
Historia por ser el principal
artífice de la Solución Final contra los judíos, creador
de los Einsatzgruppen, unidades móviles de asesinos que
ejecutaron al primer millón y medio de judíos, y de la segunda fase de la
liquidación, la del gastamiento y los hornos, la etapa de la muerte
industrializada. Pero no duró: fue asesinado por una operación comando inglesa en mayo de
1942, lo que
provocó sangrientas represalias en la población civil checa, entre ellas el asesinato de todos
los habitantes del pueblo de Lídice.
Muchos libros y películas han
recreado esta
historia, cuya carga dramática es evidente. Hasta Bertolt
Brecht escribió un guión casi enseguida, en 1943, que rodó
Fritz Lang. El interés persiste. El reciente libro de Laurent Binet
titulado HHhH se centra en la carrera de
Heydrich, los conspiradores y el atentado; es una
novela histórica lindante con el ensayo, pues a medida que
avanza el relato Binet se introduce a sí mismo en la narración con
sentimientos personales, discusiones con su mujer (que se burla de su obsesión
con Heydrich) y autocríticas hacia la técnica narrativa elegida. El autor
siente que la tarea histórico-literaria que está acometiendo lo desborda (lo
sugiere en forma expresa), sobre todo a la hora de recrear ese agujero
insondable, negro, oscurísimo que fue la personalidad de un psicópata mayor
como Heydrich. Son dudas mortales, que provocan altibajos en la tensión
narrativa de esta poderosa historia. El lector entiende que las intromisiones
de Binet son innecesarias, y a veces petulantes. Esto queda evidente cuando Binet descubre
“casualmente” en Internet que hay “otro” trabajo sobre Heydrich, reciente, y
se muestra molesto, celoso. Es una película, Conspiracy (2001, dir. Frank
Pierson), y fue
producida para televisión por HBO. Recrea en forma muy veraz en términos históricos
(a partir de una versión taquigráfica que sobrevivió) todo lo ocurrido en
la reunión de Wannsee (enero 1942), el lugar donde
se coordinó la última fase de la Solución
Final entre las SS y todos
los ministerios del Estado alemán. El actor británico
Kenneth Branagh interpreta a Heydrich; Stanley Tucci a su mano derecha, Eichmann. El resultado es shakespeareano,
dramáticamente impecable. Pero Binet se enoja; dice que nunca leyó en ningún lugar que Heydrich
fuera un personaje afable, según la recreación de Branagh. Lo que Binet no pudo
ver es que
detrás de esa falsa máscara de amabilidad que el actor británico maneja en forma
magistral (y que puede ser históricamente falsa), está el monstruo que
manipula la reunión minuto a minuto, demoliendo en forma persistente,
metódica, cualquier posible reticencia de los otros ministros de Estado.
Conspiracy no sólo es una película histórica; es también una película de
terror, pues el espectador empatiza con el miedo creciente que sintieron algunos
protagonistas civiles de esa reunión, miedo lindante
con el pánico, tras comprender la envergadura del
plan con el cual debían colaborar sin posibilidad alguna de negarse o hacer la
plancha. No
importa si Heydrich era o no afable. Han pasado seis décadas y seguimos sin
comprender qué materia había en el agujero negro de la mentalidad nazi. Por
eso la interpretación de Branagh, que ilumina en
forma breve esa tiniebla, no merece ser soslayada.
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