viernes, 30 de enero de 2015

Verano y Amor de William Trevor
por Jorge Fondebrider

Hace muchos años, cuando la palabra “vanguardia” representaba algo más que un mero instrumento de marketing y en el hemisferio norte todavía no había sido reemplazada por el término “modernismo”, Ezra Pound dividió a los escritores en diversas categorías. Una de ellas, acaso la más lejana a los intereses de todos esos movimientos hoy asimilados al decurso de la historia de la literatura, incluía a “los autores que producen obras más o menos buenas, en el estilo más o menos bueno de su época”. El irlandés William Trevor (Mitchelstown, Condado de Cork; 1928), sin duda corresponde a esa categoría y no hay la menor sombra de queja en ello. Y así lo han sentido los lectores, que han hecho de él uno de los autores más leídos de la literatura irlandesa de la segunda mitad del siglo XX, y los jurados de los premios literarios de lengua inglesa quienes, prácticamente, se los han concedido todos. Trevor, quien en la actualidad vive en Devon, Gran Bretaña– tiene algo que decir y lo ha venido diciendo según las reglas tradicionales de los diversos géneros. Es un brillante cuentista de esos que escriben con principio, medio y fin. Para justificar esta afirmación bastaría con leer “The Ballroom of Romance”, incluido en  The Ballroom of Romance and Other Stories (1972),  –narración llevada al cine por Pat O’Connor en 1982–, pero, si no, ahí están también los otros 11 volúmenes de cuentos que lleva publicados. Como dramaturgo, estrenó 5 piezas teatrales y, como novelista, 18 títulos, de los cuales sólo están en castellano Fools of Fortune (de 1983, llevada al cine como Tiempo pasado, por Pat O’Connor en 1990, y traducida como Marionetas, en 1995, en España, y como Juguetes del destino en 2000, en Colombia,), Nights At the Alexandra (1987, traducida como Noches en el Alexandra en 1988), Juliet’ Story (1992, su única novela para niños, traducida como La historia de Juliet, en 1997), Felicia's Journey (1994, traducida como El viaje de Felicia, en 1999), The Story of Lucy Gault (2002, traducida como La historia de Lucy Gault, en 2004) y Love and Summer (2009, traducida como Verano y amor y publicada por Salamandra en 2011).  Ésta última, acaba de ser distribuida en la Argentina en la muy buena traducción de Victoria Malet quien, salvo por algunas pocas palabras, ha optado por una variante ecuménica del castellano, ahorrándonos las incomodidades a la que nos obliga el español peninsular. Así, no queda otro remedio que coincidir con la reseña de Alberto Manguel para El País, de España: “la traducción de Victoria Malet respeta escrupulosamente la delicadeza y la falta de énfasis del original”. No es elogio menor, ya que Trevor es, fundamentalmente, un estilista, algo que la traductora recupera en nuestra lengua de manera fiel y escrupulosa.

La historia es simple: Florian y Ellie, dos jóvenes, que hasta una tarde de junio de mediados del siglo pasado nunca se habían visto, comienzan una relación que se vuelve romántica. Tienen destinos que los condenan a la separación, pero durante los meses de verano encuentran un remanso en el otro. Las alternativas que giran a su alrededor poco importan y, sin embargo, de ellas se sirve Trevor para hacer desfilar a un número considerable de personajes que, por su humanidad, mueven a la compasión. Y eso es todo, y es suficiente para que el lector encuentre la emoción que suele serle tan esquiva en mucha de la literatura que hoy se escribe.

    

jueves, 29 de enero de 2015

Juguetes del destino, de  William Trevor
por Jorge Fondebrider

William Trevor
Durante la Pascua de 1916, aprovechando la circunstancia de la Primera Guerra Mundial, los nacionalistas irlandeses intentaron producir un golpe revolucionario que permitiera acabar con la dominación británica sobre la isla. Las fuerzas rebeldes tomaron el edificio del correo e izaron allí, y en otros puntos estratégicos, la bandera de Irlanda. Luego de una semana de encarnizados combates, las fuerzas revolucionarias se rindieron ante la supremacía británica y los líderes fueron fusilados entre el 3 y el 12 de mayo.

Tres años más tarde, los diputados del partido Sinn Féin se negaron a presentarse en el Parlamento británico y constituyeron en Dublín un Parlamento propio que declaró la independencia de Irlanda. Los británicos reaccionaron, dando así principio la guerra anglo-irlandesa. Se crearon formaciones especiales encargadas de la represión que enfrentaron a la guerrilla independentista, dirigida por Michael Collins (1890-1922). Casi dos años después de comenzada esa guerra irregular entre los británicos y los guerrilleros irlandeses, en 1921, luego del incendio de la sede del gobierno británico en Dublín, los británicos reclamaron una tregua y se iniciaron así negociaciones que desembocarían en un tratado anglo-irlandés, denunciado más tarde por el líder republicano Eamon De Valera. Luego de la firma del Tratado de Paz que en diciembre puso fin al enfrentamiento, se creó el Estado Libre de Irlanda. Para ello Gran Bretaña impuso la separación de seis de los nueve condados del Ulster: Antrim, Armagh, Derry, Fermanagh, Tyrone y Down. El Estado Libre quedó así reducido a 26 condados. La ley que permitió la partición del país —conocida como Government of Ireland Act—, creó un estado artificial, bautizado Irlanda del Norte, y concedió a sus habitantes un Parlamento local, dependiente del británico. El desmembramiento —firmado entre otros por los líderes Michael Collins y Cathal Brugha (1874-1922), a quienes se sindicó como traidores— fue rechazado por los republicanos encabezados por De Valera, dando comienzo la guerra civil.

En sordina, los acontecimientos históricos referidos más arriba —conocidos por los lectores irlandeses, pero no necesariamente por aquéllos de otras latitudes— constituyen el marco en el que transcurre Fools of Fortune (1983), novela del irlandés William Trevor (1928) —llevada al cine por Pat O'Connor, con las actuaciones de Iain Glen, Julie Christe, Mary Elizabeth Mastrantonio, entre otros, con el título Tiempo pasado, según la versión castellana— que se tradujo como Marionetas (1995) en España, y como Juguetes del destino (2000) en Colombia, Aquí se comenta según la traducción colombiana debida a Aída Espinosa. 

La acción se sitúa en Kilneagh, en el condado de Cork, en el extremo sur de la isla, y refleja de manera indirecta la forma en que un hecho político de dramáticas consecuencias se filtra en las vidas de los Quinton, unos terratenientes venidos a menos que, a pesar de su condición de protestantes, simpatizan con Michael Collins y su causa. Esa circunstancia, a la que habrá que sumar otras que se desprenden de ella, provocarán una serie de tragedias que marcarán a fuego las vidas de Willie, el hijo varón de la familia Quinton, y de Mariane, su prima inglesa.

Digamos que la trama de la novela poco agrega a otras muchas de tema afín, pudiéndosela inscribir incluso en la larga tradición que remonta a Edith Somerville (1858-1949) y a Violet Martin (1862-1915), autoras de narraciones escritas a cuatro manos, que la crítica caracterizó como sucesiones de cuadros, escritos con buena pluma, desde la perspectiva de la clases superiores, cuyo objeto es la sociedad rural irlandesa de antaño, durante el predominio angloirlandés. Que el asunto de Juguetes del destino  supere los límites de ese período —de hecho, la acción concluye en 1983, año de publicación del original en inglés— poco importa.

Trevor, quien ya usó el símbolo de la "casa grande" que se desmorona en otras tantas narraciones de su autoría, estructuró la novela a partir de dos largos monólogos interiores de los protagonistas principales. Ambos ocupan más de las tres cuartas partes del libro. El desenlace se produce hacia el final con nuevos monólogos de esos mismos protagonistas —está vez, más breves—, a los que se intercalan dos capítulos narrados en tercera persona desde la perspectiva de la hija de ambos. Promediando la lectura, se tiene la sensación de que toda la fuerza narrativa del autor está concentrada en las primeras 185 páginas y que lo que sigue fue puesto ahí a las cansadas, apenas para terminar de aclarar el desarrollo de la historia. Dicho de otro modo, da la impresión de que, hecho el esfuerzo inicial, Trevor se cansó, pero el libro tenía que terminar de alguna forma. Hay entonces una cierta desproporción que, una vez descubierta, altera la paciencia del lector. Así, el libro se termina de leer como para cumplir.

En cuanto a la edición, si bien parece correcta, existen suficientes evidencias de que el volumen no contó con la correspondiente corrección de estilo. A modo de ejemplo, en la página 88 se lee: "Al director era mejor conocido como el Escroto y su esposa como la señora Escroto"; en la 92, "me pasé a la fila de los hijos de los granjeros, a los que se refería diario como campesinos". Hay muchas otras páginas que presentan similares irregularidades sintácticas y algunos errores de ortografía, fácilmente subsanables pago de corrector mediante.

miércoles, 28 de enero de 2015

El idioma materno, de Fabio Morábito
por Jorge Fondebrider

Fabio Morábito
No siempre (o, más bien, casi nunca) los intereses de los escritores coinciden con los de las editoriales que contratan sus obras. Como es de dominio común, existen distintas formas de contrato: algunas contemplan todas las áreas donde se hable castellano; otras, una región de la lengua (España, o México y Centroamérica, o Sudamérica), o incluso un país. Está claro que un contrato por toda la lengua no es tan ventajoso para un escritor, sobre todo porque la editorial en cuestión no asegura la distribución en todos los países. De hecho, son muy pocas las casas editoriales que cumplen con ese compromiso. Por eso, en los últimos años algunos escritores han comenzado a rechazar los contratos globales y se han decidido por contratos individuales que les aseguren la posibilidad de mayores ingresos y, por supuesto, una mejor distribución. En este sentido los mexicanos Juan Villoro y Fabio Morábito son vanguardia. Uno y otro han parcelado la venta de sus derechos, buscando en cada país pequeñas y medianas editoriales prestigiosas que verdaderamente se ocupen de sus obras, haciéndolas llegar a todos los rincones de su geografía.

Éste es el caso de El idioma materno, el último libro de breves ensayos de Morábito, que a la fecha tiene una edición argentina (publicada por la editorial Gog & Magog), una edición mexicana (publicada por Sexto Piso) y una edición chilena (a cargo de Hueders).

Se trata de un libro compuesto por ochenta y cuatro textos, muchos de los cuales originariamente fueron publicados como columnas en la revista Ñ por entonces dirigida por Jorge Aulicino, cuya continuidad fue torpemente suspendida por Juan Bedoian.

Cada uno de esos textos se relaciona de alguna manera con la lengua, desplegando así un abanico de posibilidades. Entre ellas destacan el idioma materno, su aprendizaje, el aprendizaje de idiomas extranjeros, el plurilingüismo, la escritura, la lectura, la traducción, etc. 

Al igual que ocurre con su prosa narrativa (fundamentalmente, la de los cuentos) y su poesía, Morábito suele transitar una idea a la vez a la que nunca pierde de vista. La observa desde todos los ángulos posibles y acaba relacionándola con algo completamente ajeno que, sin embargo, termina por lograr una síntesis del todo apasionante. Y si bien cada texto es autónomo, el efecto acumulativo obra como una especie de poética o declaración de principios, siempre interesante, nunca monótona y, por cierto, muchas veces divertida.

En síntesis, se trata de un libro para leer de a sorbos, que, por su naturaleza fragmentaria, se adecua perfectamente a las posibilidades de lectura contemporánea; vale decir, a los tiempos muertos en la sala de espera de un dentista, a un viaje en subte o colectivo y a las de padres permanentemente interrumpidos por sus hijos.