Blanco
inmóvil
de Charles Bernstein
Por Marcelo Cohen
La pantalla de inicio de
cualquier celular un inteligente –Bloomberg, utilidades, agenda, tienda– es el
fantasma eficaz del régimen de tecno-finanzas que modela la vida del usuario
como empresa guiada por el rendimiento y al usuario como gerente de sí mismo.
En el capitalismo de los iconitos, el mundo ya no es una incesante ocasión de
conjunciones sino un operador recombinante, discreto, cuya formalización
inflexible se oculta bajo un manto de deseo pueril, alarde sentimental y queja
resentida. Ahí ha precipitado la razón instrumental y, como se viene diciendo,
la alternativa está en la poesía. Claro que ya no en lo que un poema puede
alumbrar, cantar, confesar o combatir, sino en la puesta en escena de las
celadas y pretextos de un lenguaje que, siendo también un régimen, fabrica la
famosa intimidad y la abarrota de frases. Hoy ni siquiera ayuda el programa
simbolista de separar palabra y materia, la fe en que el azar no cabe en los
dados, porque el capitalismo lo cristalizó; en el dinero digital no hay
referencia física ni potencia afectiva. En esta triste coyuntura se abre paso
la obra de Charles Bernstein, motor de la cardinal escuela estadounidense de
poesía del lenguaje. Para Bernstein, la atrofia de lo real se perpetra en la line, que en inglés es tanto la
línea como el verso. Si la poesía quiere
seguir abriendo la percepción a las sincronías de la realidad, sólo puede
proceder exponiendo, troceados y aglomerados, los miles de giros de un
repertorio. Somos periodistas de nosotros mismos, los poetas incluídos, y la
cura empieza por tirarnos con pedazos de nuestros variados pretextos; el efecto
–cadáver exquisito e interminable anacoluto– va del embelezo al horror. Tamaño
cambio en la condición de la poesía entraña una nueva rítmica y sus arritmias,
una nueva puntuación y otra idea de la continuidad, tanto del poema como de la
historia, los afectos y la acción civil; casi una ontología. Bernstein, que de 1978 a 1981 editó la revista
L=A=N=G=U=A=G=E, que se anticipó en borrar
las fronteras entre poema, ensayo crítico y filosofía, ha combinado en docenas
de libros los tópicos de la política, la cultura de masas, la publicidad, la
jerga literaria, los negocios, la pedagogía, la vida privada y muchos más para
dar cuenta de cómo palabra y forma de vida son un montaje conjunto. Las
traducciones de la hipnótica obra de John Ashbery habían postergado las de la
chocante obra de Bernstein, el gran otro, que dijo "quiero implicar a los
materiales de la cultura, trastornarlos como me han trastornado a mí, sondearlos
como me sondean a mí". Enrique Winter, traductor y antólogo de Blanco inmóvil (antología publicada por kriller71)
se tomó el trabajo de locos de abrir al lector en español a una conmoción en la
experiencia del poema. Eligió, prologó y tradujo cincuenta, tomados de casi
veintiocho libros, y el conjunto es una locura formidable. "...Las luces
de colores no reflejan/ el estado del alma o su larga y oscura noche de/
exultación incomunicable, sino simplemente los pasos/ que descienden en un
largo espiral, interceptando/ encabalgamientos/ esféricos que –trata y trata–
son imposibles de notar./ Varias noches, parado ahí, mi cerebro/ corre tras el
fragmento de una quimera &/ aun así, puedes aceptar realmente que, no/ te
lo pongas más difícil, empecemos/ de cero tú & yo, ven/ que podemos,
&c./ Al fin el cambio relajante,/ el sofá, Alejandría, Trujillo...". Las
versiones de Winter dan una sensación de volumen a la altura de una poesía que
se niega a sí misma para volver en otro cuerpo. Coyunturas rechinantes,
discursos heteróclitos que fuera de contexto y soliviantados por el arrebato
rítmico muestran impúdicamente su insignificancia y al cabo barbotan una
meláncolica meditación existencial. La poesía de Bernstein llega a dar una risa
nerviosa; a la vez enciende el pensamiento, como un acorde alarmante pero
pleno.
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