La vida de Samuel Johnson de James Boswell
Por Jorge Fondebrider
El siglo XVIII inglés transcurrió
durante los reinados de la reina Ana (última del linaje de los Estuardo, bajo
cuyo gobierno –1702-1714– los reinos de Inglaterra y de Escocia se
constituyeron en el Reino Unido de Gran Bretaña), de Jorge I (el primer
monarca de Gran Bretaña e Irlanda de la casa de Hanover; 1714-1727), de Jorge
II (hijo del anterior; 1727-1760) y de Jorge III (el primero de los monarcas
alemanes de Inglaterra nacido en la isla; 1760-1820).
La
segunda mitad de ese siglo –la correspondiente al apogeo de las ideas
iluministas y al comienzo de la Revolución Industrial –
es la época del filósofo David Hume, del historiador Edward Gibbon, del
economista Adam Smith, del científico Joseph Priestley y de grandes narradores
como Henry Fielding, Oliver Goldsmith y Laurence Sterne, y del extraordinario
grabador y pintor satírico William Hogarth. Son los años en que los Fragmentos
de antigua poesía vertidos del gaélico al inglés, del falsificador
literario James MacPherson, los poemas del monje medieval Rowley, realmente
escritos por el poeta Thomas Chatterton, y el Matrimonio del Cielo y el
Infierno, del poeta y acuarelista William Blake, anticipan el Romanticismo.
También es el momento en que alcanza su máxima fama el lexicógrafo, crítico,
poeta y moralista inglés Samuel Johnson y en que el escocés James Boswell
escribió su Vida de Samuel Johnson.
Hijo
de un librero y, por lo tanto, de origen modesto, Samuel Johnson (1709-1784)
nació en Lichfield, Staffordshire. Según resume Jorge Luis Borges en su Introducción
a la literatura inglesa, “fue maestro de escuela y, a lo largo de una vida
que al principio fue trabajosa, adquirió una erudición vasta y desordenada. En
1735 tradujo, por encargo, Un viaje a Abisina del padre Lobo, de la Compañía de Jesús. Ese
mismo año se casó. A partir de 1737 vivió en Londres. Diez años después
concibió el proyecto de la obra que le daría fama: el primer Diccionario de
la lengua inglesa. Creía que había llegado la hora de fijar esa lengua,
purificándola de galicismos y manteniendo, en lo posible, su carácter
teutónico. Alguien le dijo que el Diccionario de la Academia Francesa
había exigido la labor de cuarenta académicos; Johnson, que despreciaba a los
extranjeros, contestó: ‘Cuarenta franceses y un inglés; la proporción es
justa’. Ocho años le tomó esa tarea, que lo hizo famoso y le valió el apodo de
‘Dictionary Johnson’, doble referencia al tamaño del autor y del libro. En 1762
recibió del rey una pensión anual de trescientas libras. Desde entonces, con
algunas interrupciones, renunció a la literatura escrita y se entregó a la
oral. Conversador brillante y autoritario, fundó un cenáculo cuyos miembros lo
llamaban, a sus espaldas, la
Osa Mayor. (...) Johnson publicó Las vida de los poetas,
que incluyen una biografía hostil de John Milton, y una edición de las obras de
Shakespeare, a quien defendió de los ataques del pseudoclasicismo. Boileau, que
sostenía las tres unidades aristotélicas, de lugar, de tiempo y de acción, había escrito que era absurdo que,
durante el primer acto de una tragedia, el espectador se creyera en Atenas y,
durante el segundo, en Alejandría; Johnson replicó que el espectador no estaba
loco, que no creía estar ni en Alejandría ni en Atenas sino en el teatro”.
Como
puede comprobarse por la naturaleza de los datos consignados por Borges, Samuel
Johnson le resultaba inevitable al autor de Ficciones. Fue también el
caso de muchos otros artistas e intelectuales, a quienes, antes y después, les
pasó otro tanto, a tal punto que, después de Shakespeare, Johnson es el autor
más citado de la lengua inglesa. Sin embargo, como bien señala el crítico
italiano Mario Praz, “mucho más que en sus obras, que testimonian un ingenio
vasto y diverso, pero que en ninguna campo –excepto, quizás, en el de la
crítica– alcanzan la excelencia, la robusta personalidad del doctor Johnson
emerge con toda su fascinante imponencia en la clásica biografía (...) del
escocés James Boswell”.
De acuerdo con
la escueta noticia que sobre él nos da en Retratos en miniatura el agudo
historiador Lytton Strachey, James Boswell (1740-1795), “era un individuo de lo
más sorprendente, descendiente de barones escoceses y de hidalgos rurales, e
hijo de un inteligente abogado de la
Escocia meridional, pero él fue un artista, un derrochador,
un bufón, un apasionado de la literatura, y carecía de cualquier clase de
dignidad. Así había nacido y así permaneció; la vida no le enseñó nada, nada
tenía que aprender; su destino se había fijado, de manera inmutable desde el
comienzo. A los veintitrés años descubrió al Dr. Johnson. Un año más tarde
escribía al doctor desde Wittemberg, ‘desde la tumba de Melanchton’: ‘Este
papel se apoya en la lápida de aquel hombre grande y bueno... Sobre esta tumba,
pues, ¡mi siempre querido y respetado amigo, le juro fidelidad eterna!’ El
resto de la vida de Boswell fue la historia del cumplimiento de aquella
promesa”. Después de coquetear con Voltaire, Rousseau y el general Paoli –jefe
de los milicianos corsos, por ese entonces, en lucha por su libertad–, Boswell
se decidió por Johnson. Ni su Relación de Córcega (1768), ni Dorando
(1767), ni los setenta ensayos que conforman El hipocondríaco
(1771-1783), ni su oda en pro de la esclavitud –según la cual su abolición
cerraría las puertas de la misericordia a la humanidad, ya que, como subraya
Borges, “induciría a los negros de África a matar a sus prisioneros, en lugar
de venderlos a los blancos”– le valieron una gran reputación. Sin embargo, La
vida de Samuel Johnson, dos gruesos volúmenes publicados en 1791, lo
volvieron un autor insoslayable.
La vida de
Samuel Johnson
Desde su publicación, la biografía del Dr.
Johnson de Boswell –que, en rigor, no es la primera, ya que la preceden otras
cuatro, firmadas por otros tantos biógrafos– gozó del inmediato favor del
público. De los 1750 ejemplares de la primera edición, rápidamente se vendieron
888, lo que da una clara idea del éxito que tuvo.
Esta crónica
minuciosa de más de veinte años de acompañar a Johnson a sol y a sombra,
reconstruyendo su pasado y dejando asentado su presente hasta en los más
mínimos detalles ha hecho por la reputación del Dr. Johnson mucho más que
cualquier otro libro que el biografiado haya escrito. “Lo más admirable de este
libro –comenta Fernando Savater, gran aficionado al volumen– es la notable
insignificancia de casi todo lo que Johnson dijo o hizo en su vida, fuera de
sus trabajos estrictamente filológicos. En una época de ingenios libertinos y
subversivos, los comentarios del bueno de Johnson sobre casi todo lo humano y
parte de lo divino son los de un cascarrabias conservador y xenófobo, monógamo,
infaliblemente filisteo (entre los nuevos valores sólo detesta a los mejores:
Laurence Sterne, Adam Smith, David Hume, los revolucionarios americanos...),
aunque a veces capaz de sentido común: ‘no hay nada de lo ideado hasta ahora
por los hombres que produzca tanta felicidad como una taberna’; ‘el patriotismo
es el último refugio de los bribones’, etcétera. Pero Boswell consigue el
arrobo del lector a base de una imperturbable acumulación de minucias. Nada
escapa a su recensión detallista, ni la dieta de Johnson, ni la apariencia y
calidad de su peluca, ni sus momentos joviales o enfurruñados, ni la cháchara
venial con sus amigos, ni el trayecto de sus paseos, ni sus relaciones con la
servidumbre, ni sus indigestiones, ni... Pegado a los talones del insoportable
erudito, Boswell todo lo ve, todo lo oye y todo lo cuenta en su prosa
cristalinamente exacta, como un omnisciente dios chismoso. Cuando le falta
material, azuza a su vigilado con preguntas triviales o desconcertantes (‘si le
encerraran a usted en un castillo con un recién nacido, ¿qué haría?’) a las que
hoy sus herederos nos tienen ya acostumbrados. El resultado es tal apoteosis de
la indiscreción irrelevante que el lector se sume en una especie de éxtasis,
como cuando se lee de cabo a rabo cinco periódicos seguidos y se va toda la
mañana sin notarlo”.
En esta
conducta de Boswell, Borges –quien, por caso, tanto ha hecho por las leyendas
de Macedonio Fernández y Xul Solar– ve otra cosa. Nos dice que el biógrafo “crea
una especie de comedia con dos personajes centrales: Johnson, siempre querible
y no pocas veces ridículo; Boswell, casi siempre ridículo y maltratado”, y
añade: “Quienes, como Macaulay, han declarado que Boswell fue un imbécil,
olvidan que los ejemplos alegados a favor de esta tesis proceden de la obra de
Boswell, que los intercaló con el deliberado propósito de ser la figura cómica
de su libro. Bernard Shaw, en cambio, celebra en Boswell al autor dramático que
para nosotros ha creado la perdurable imagen de Johnson”.
Las ediciones en castellano
A pesar de la enorme importancia de las ediciones en inglés, las traducciones al castellano se hicieron esperar algo menos de doscientos años. La primera edición parcial fue la de la casa Calpe y data de 1949. La tradujo Antonio Dorta, quien, asimismo, se ocupó de seleccionar 181 fragmentos de total que, en 1998, acompañados por un prólogo de Fernando Savater, reeditó Espasa Calpe de Madrid. Más recientemente, en 2007 la misma editorial publicó una edición traducida por José Miguel Santamaría, Cándido Santamaría y Martín Pérez López Heredia. Sin embargo, la que tiene todas las posibilidades de ser considerada como la versión canónica es la que, ese misma año, con traducción y edición erudita de Miguel Martínez-Lage, un prólogo académico de Frank Brady (en realidad, uno de los capítulos de su libro James Boswell: The Later Years, 1984) y una profusión de notas y notículas ocupa las 1.989 páginas que la editorial Acantilado le ha destinado. Su lectura, por momentos francamente amena, ilustra cumplidamente sobre el genio del Dr. Johnson y sobre las razones por las cuales hasta el día de hoy se considera a este libro como una de las mejores biografías que se hayan escrito jamás. Si se supera el escollo del precio, vale la pena.
A pesar de la enorme importancia de las ediciones en inglés, las traducciones al castellano se hicieron esperar algo menos de doscientos años. La primera edición parcial fue la de la casa Calpe y data de 1949. La tradujo Antonio Dorta, quien, asimismo, se ocupó de seleccionar 181 fragmentos de total que, en 1998, acompañados por un prólogo de Fernando Savater, reeditó Espasa Calpe de Madrid. Más recientemente, en 2007 la misma editorial publicó una edición traducida por José Miguel Santamaría, Cándido Santamaría y Martín Pérez López Heredia. Sin embargo, la que tiene todas las posibilidades de ser considerada como la versión canónica es la que, ese misma año, con traducción y edición erudita de Miguel Martínez-Lage, un prólogo académico de Frank Brady (en realidad, uno de los capítulos de su libro James Boswell: The Later Years, 1984) y una profusión de notas y notículas ocupa las 1.989 páginas que la editorial Acantilado le ha destinado. Su lectura, por momentos francamente amena, ilustra cumplidamente sobre el genio del Dr. Johnson y sobre las razones por las cuales hasta el día de hoy se considera a este libro como una de las mejores biografías que se hayan escrito jamás. Si se supera el escollo del precio, vale la pena.
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