Un obús cayendo despedaza de Andrés Ehrenhaus
Por Marcelo Cohen
Un poco de historia. El primer libro de cuentos de Andrés
Ehrenhaus se llamaba Subir arriba,
redundancia muy querida por el habla española, e incluía una novelita, “La obra
en progreso”, que empezaba así: “En la equívoca calidez de la clandestinidad,
un número de personas intenta elaborar una mitología nacional”. Este precioso
equilibrio de nitidez seductora, patinazo coloquial y acopio de todo tópico,
del de la peluquera al joyceano, era el transporte —si no el pasajero— de una
inventiva indiscriminada. En ese cuento había una mujer (“Dalia, Hipermétrope
o, mejor, Yoshuhiro”) de belleza “tan radiadora e irradiante” que rebotaba en
las paredes y las iba manchando de amarillo. Años después y otro libro de por
medio, apareció La seriedad, un
popurrí de extranjerismos distorsionados y disparates que revelaban, como al
descuido, tragedias estúpidas, indolencias letales y una gran variedad de
planos de vida, humana y animal. Uno soltaba carcajadas, como con Vian, O’Brien
o Copi, pero a veces se reía de nervios. Con Tratar a Fang-Lo (la curación de un procrastinador crónico en
una mezcla de centro terapéutico, gimnasio punitorio y spa porno), las
historias de Ehrenhaus evolucionaron hacia una falta completa de referentes; a
series de sucesos de sustancia puramente verbal que sin embargo hacían eco en
la experiencia. En ese camino, Un
obús cayendo despedaza (Malpaso, 2014) da un giro, o varios. Si antes
a Ehrenhaus le parecía crucial que no todo lector entendiera el chiste, este
libro es un muestrario flagrante de chapuzas catastróficas, inocencias,
malicias, pretensiones, papelones y prodigios involuntarios de sudacas en su
tierra o en el Viejo Mundo, y también de españoles por doquier, que cualquiera
medianamente informado al respecto podrá reconocer en seguida. Menos sabrá
cualquiera, hasta que lea a escritores como Ehrenhaus, que la savia de todo
despropósito es el lenguaje, trátese, como aquí, de la confusión de dos
santones ante un genio que ofrece Nirvana inmediato, de la lucha de las mujeres
de una editorial por vencer la indiferencia sexual de un empleado modélico, o
del arrebato goleador de un referí español de segunda, una noche de lluvia,
contado por un jugador exquisito y novelero. Que un dúo argen-hispano de
viajeros mandapartes descubra en un cementerio europeo la tumba de un otro
Adolf Hitler no parece una invención, porque para qué inventar una historia
así, sin desenlace, consecuencia ni moraleja. Sólo que con el método Ehrenhaus
el tradicional me contaron que… se restaura y la superficial rodaja
de vida se vuelve fábula sospechosa de profundidad. Narración ágil y dilación
manipuladora, fusión del argentino y el español, refranes trucados, planchado
de galicismos, anglicismos y demás, troceado y cocción del lugar común, licuado
de la cita de altura y la vanidad cultural, bufonadas imposibles de concebir
sin una biblioteca ancha y la curiosidad de un traductor, cambios de ritmo,
pizzicatos y deslices de la guarangada a la gran oratoria: Ehrenhaus está
insuflado de terror al recurso fácil. Pero antes que destruir el parloteo y la
facundia, fuentes de la estupidez, se zambulle en la enormidad del lenguaje y
aflora con la anécdota trivial embarrada de sentidos, casi alegorizada. Pone la
lengua contra sí misma, y la lengua baila; como loca. Cierto que bailes hay
montones, y siempre la ilusión de un contenido es fugaz, fungible; pero cuando
las piezas de Ehrenhaus terminan, parece que en el aire de la sala quedase algo
de lo que verdaderamente somos: una insistencia sentimental que no cuaja; una
tentativa aparatosa y de vez en cuando enternecedora.
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