Siluetas de Luis Chitarroni
por Jorge Fondebrider
Comienzo
por el encomio: Siluetas, de Luis
Chitarroni, es un libro excelente que vale la pena leer y que se disfruta
íntegramente. Y ahora, sirviéndome del prólogo de la primera edición, hoy
suprimido, voy a la historia. Allí se lee: “La idea de ‘Siluetas’ surgió en una
de las reuniones de la revista Babel
a la que no asistí. (...) Poco después, Martín Caparrós me convocó en la sede
de la revista donde él trbajaba (…) y me dijo que habían creído que yo podía
trazar el perfil de algunos escritores y llamar a esos retazos “Siluetas”. (…)
La elección de los escritores tenía ciertos límites; debía oscilar entre mis
preferencias y las de las editoriales, ya que Babel se propuso ser desde el comienzo una revista dedicada a los
libros que se publicaban en el país”. Sin embargo, según aclara Chitarroni,
poco después de la primera entrega, la elección de los personajes –con las
excepciones de Yves Bonnefoy y Bohumil Hrabal– quedó en sus manos. Por lo dicho
hasta aquí hay que tener en claro que los textos aludidos se publicaron entre
1988 y 1991, los años en que salió Babel,
alcanzando catadura de libro en 1992, cuando Juan Genovese Editor los reunió y
volvió a publicar. Y acaso por las fechas, un equívoco frecuente, comprobable
en otras reseñas, quiere que las minibiografías literarias de Chitarroni –que
acaban de ser vueltas a publicar por La Bestia Equilátera – sean
adscriptas sin más a una única tradición, inaugurada entre nosotros por las “Biografías
sintéticas” que Borges escribió para las páginas de la revista El Hogar a finales de la década de 1930.
Hay razones para que así sea: Textos
cautivos, la recopilación inicial a cargo de Emir Rodríguez Monegal para
Tusquets –hay un segundo volumen publicado más tarde por Emecé– salió en el mes
de octubre de 1986, exactamente dos años antes de que las “Siluetas” de
Chitarroni empezaran a ser conocidas y es posible que por ello muchos hayan
vinculado unos y otros textos. Sin embargo, la filiación aludida pierde de
vista el objeto, demorándose apenas en la forma. Por su carácter de narrativa
breve, por la elección de los personajes biografiados y por no pocos rasgos
estilísticos, tal vez habría que buscar más atrás –dicho esto en un doble
sentido– en “Vidas de biógrafo”, uno de los textos con que termina Siluetas, donde se menciona el arte de
la biografía y, entre otros, se alude a John Aubrey, a Samuel Johnson y
fundamentalmente a Lytton Strachey, autor de unos magníficos Retratos en miniatura, a los que
Chitarroni considera “una obra maestra aislada”, que compara con los textos de Gente portátil, de Paul West.
Ahora
bien, en el prólogo actual –que ya ni título de prólogo lleva–, Chitarroni
declara que “Casi veinte años atrás este libro no era exactamente igual; hoy la
falta de modificaciones lo ha hecho muy distinto”. No se equivoca y esto queda
en evidencia cuando confiesa: “las biografías se reducen a lo que son:
ejercicios narrativos. Siluetas es
un libro de cuentos tímido” Y acá sí cabe pensar en una comparación entre Chitarroni
y el Borges que, no del todo convencido de que podía escribir ficción, trabajó
con la biografía de personajes históricos –Historia
universal de la infamia– obteniendo de ellos una trama para desarrollar un
estilo. Entonces, a la luz de sus narraciones posteriores, podría pensarse que
Chitarroni, dueño de una erudición hoy rara en las letras argentinas y de una
prosa elegante digna de un gran estilista, encontró en la biografía de sus
admirados personajes la trama que en otras ocasiones le ha sido esquiva. Sin ir
más lejos y a modo de ejemplo extremo, la confesa ficción trazada alrededor del
poeta inglés Gerald Manley Hopkins tal vez sirva como demostración del
procedimiento.
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