San Signos de Xul Solar
Por
Jorge Aulicino
El I Ching, el antiguo libro de sabiduría chino -que es algo más que un
oráculo- causó un impacto específico, ahora lo sabemos, en nuestro Xul Solar.
La forma en que entró en sus sueños es bastante particular, pero nada
delirante, al fin y al cabo. Esto se puede ver gracias a la edición de sus San Signos, unos cuadernos que escribió
en una lengua de su invención, el neocriollo, pasados a máquina en cierto
momento con vistas a la edición pero que vienen a la luz, traducidos al
castellano corriente, recién ahora.
El libro editado por El
Hilo de Ariadna, que hace un tiempo reveló para nosotros El libro rojo de Carl Jung, se presenta dentro de un cartapacio
atado con un tiento y su lomo tiene las costuras a la vista, en un remedo de
aquellos "raros infolios de los sabios olvidados" mencionados por
Edgar Poe en "El cuervo". Sobre el lomo crudo se ven algunos de los
dibujos del I Ching. Contiene
preciosas reproducciones de los cuadernos originales y de pinturas de Xul
relacionadas.
Tal como la obra lo
merece, además del continente de libro objeto, se le consagran una serie de
textos precedentes, de Jorge Luis Borges, de Daniel E. Nelson, de Patricia M.
Artundo, de Leandro Pinkler y M. Soledad Costantini y de Elena Montero Lacasa
de Povarché. El cuidado de la edición fue de Patricia Artundo. La edición, una
obra conjunta de El Hilo de Ariadna y la Fundación Pan Club.
Daniel Nelson fue quien acometió la tarea de poner en castellano lo que Xul
Solar había escrito en neocriollo, lo cual supuso deducir una gramática del texto
mismo y de los pocos escritos que Xul dedicó al idioma que había creado. La
labor de Nelson supone la institucionalización de la lengua imaginaria de Xul,
que hasta hoy solo existía ad hoc, es
decir, en los escritos de su creador y casi sin normas. Carecemos, y
afortunadamente quizá nunca lo tendremos, de un diccionario de neocriollo. Este
libro contiene los originales en neocriollo y la versión en castellano.
Xul escribió sus
visiones del I Ching -de eso se
trata- en su propio idioma años antes de que Erich Auerbach escribiera y publicara
Mímesis (1942), un libro que influyó
decisivamente en la formación cultural de Pier Paolo Pasolini, como bien
recuerda Diego Bentivegna en el estudio preliminar a la reciente edición de La
Divina Mímesis , de Pasolni, en El Cuenco de Plata. Traigo
a colación este libro no sólo porque el destino puso a disposición del lector
argentino los San Signos y La
Divina Mímesis casi al mismo tiempo, sino porque la obra
de Dante Alighieri, y sobre todo, su invención de una lengua, tiene
considerable relación con uno y otro volumen.
Pasolini, que a mi
juicio leía rápido pero muy agudamente, vio en el libro de Auerbach que el
concepto de mímesis no era atribuible a la imitación de la realidad, sino a la
imitación y apertura del lenguaje, como indica Bentivegna en su estudio sobre La
Divina Mímesis. El concepto principal a mi juicio (y por
cierto no sólo mío) del libro de Auerbach es que el cristianismo corrompió la poesía clásica al
introducir el "estilo bajo" en convivencia con el "estilo
elevado", consagrado a dioses y héroes. Esta labor comienza en rigor en La Biblia misma. Sin embargo,
tuvo amplia difusión en la
Edad Media y Dante llevó a cabo la empresa con absoluta
conciencia de sus fines, cuando decidió utilizar la "vulgar elocuencia"
en su obra, inventando, por lo demás, lo que aquella no había aún inventado.
No sólo el mundo rural y
citadino entró de ese modo en la
Ciudad de Dite, en el Purgatorio y en el Paraíso, sino
también su articulación verbal, su representación lingüística. No sólo el
"así como en el astillero de los venecianos hierve en invierno la pez
tenaz", con que Dante compara el aceite en el que se cuecen los
condenados, sino los propios términos toscanos en que esto se dice.
Como Dante la Comedia ,
Auerbach escribió Mímesis en el
exilio, en una tierra extraña, Estambul, a la que lo llevó la persecución nazi.
Consciente fue Auerbach del sistema de representación de Alighieri y le dedicó
un libro entero, su siempre releído Dante,
poeta del mundo terrenal, una obra temprana en su bibliografía, que es
clásico de los estudios de la literatura y el mundo medievales en Europa.
Xul no habrá leído a
Auerbach y sin duda nada supo de Pasolini que hizo su propia mímesis de los
Cantos dantescos, obra incompleta que los críticos prefieren llamar
"abierta" o in progress. Es
probable que tampoco pudiera compartir el pensamiento pasoliniano, pero lo
seguro es que su gesto de escribir los San
Signos en neocriollo es de cuño dantesco, como el de La
Divina Mímesis.
El libro de Xul en neocriollo
es mimético en cuanto a lenguaje, no ya porque una en él lo alto y lo bajo,
sino porque lo hace en una lengua que hay que suponer pos contemporánea. Se
trata de la vulgar elocuencia de un
futuro que presentía cercano, o que estaba implícito. El neocriollo tiene mucho
de neo y mucho de lengua premoderna, y en verdad es una cruza de las lenguas
romances usadas en América, como si aspirara a crear un nuevo toscano a su
manera, un idioma único de la tierra americana, destinado a la convivencia lingüística
y a la expresión de la nueva idiosincrasia de América latina. Si se adoptara
como idioma común en una hipotética cultura futura, si traspasara las fronteras
de la mímesis (la literatura) el neocriollo, ay, correría la suerte del toscano
dantesco: lengua oficial, lengua cerrada (por esto, dicho sea de paso, es bueno
volver al texto de Dante, que aún palpita, abierto).
¿Pero qué cabría esperar
de los San Signos habida cuenta del
lenguaje original en el que fueron escritos? Sin duda, mímesis, en el sentido
de nueva presentación de signos antiguos. Y la hay, pero es una mímesis
inesperada.
El I Ching es un libro formado por capas geológicas de libros. El
sinólogo alemán Richard Wilhelm lo tradujo a su idioma en 1923. El libro fue
prologado por Car Jung en sucesivas ediciones y traducido al castellano por
D.J. Vogelmann recién en 1960. Whihelm intercaló las tres “capas” principales
de las que se constituye el libro: los antiguos ocho signos básicos, que datan
de unos 3000 años antes de Cristo, cuya recopilación es atribuida al legendario
Fu Hi; los dictámenes del rey Wan y de su hijo Chou para el 1100 a .C., y, finalmente,
los comentarios de Confucio y sus discípulos.
La filosofía del libro es perfectamente deducible del conjunto de estos
textos que hoy forman el libro como lo presenta Wilhelm. Se trata de un mundo
de signos esencialmente mimético: representa el modo en que el mundo se escribe
a sí mismo. Como señaló Jung: “Todavía no hemos tomado lo bastante en cuenta el
hecho de que necesitamos del laboratorio, con sus incisivas restricciones, a
fin de demostrar la invariable validez de las leyes naturales. Si dejamos las
cosas a merced de la naturaleza, vemos un cuadro muy diferente: cada proceso se
ve interferido en forma parcial o total por al azar, hasta el punto que, en
circunstancias naturales, una secuencia de hechos que se ajuste de manera
absoluta a leyes específicas constituye casi una excepción”. Y más adelante:
“La representación china del momento lo abarca todo, hasta el más minúsculo y
absurdo detalle, porque todos los ingredientes componen el momento observado”.
A esto, Jung lo llama “sincronicidad”, con la característica esencial de que
“todo lo que ocurre en ese momento posee inevitablemente la calidad peculiar de
ese momento”.
El encuentro de Xul
Solar con cada signo del I Ching
posee la virtud de un comentario sincrónico. Sólo que no son reflexiones sino
visiones las que constituyen el libro de los San Signos. Esto es lo más notable de la experiencia de Xul: sus
visiones sincrónicas no tratan de entender los signos del I Ching a la manera
china o que se supone china; casi se diría que no tratan de entenderlos, sino
que simplemente se presentan (pues así se han producido) de modo paralelo,
lateral, tal vez sincrónico. La primera visión de Xul –que no es la primera en
orden cronológico y en rigor de verdad no sabemos ni podremos ya saber por qué la
colocó en primer lugar, aunque sí especular brevemente sobre esta circunstancia-
está bajo el signo Wu Wang, XXV del I
Ching, que Wilhelm traduce como “La inocencia”. Wilhelm lo entiende como
“lo no intencionado”, lo “genuino”. En Wu Wang, el Cielo baja mediante el
Trueno; en su visión, en cambio, Xul asciende desde una tierra de “restos
humanos revueltos”. Restos (“momias también”) “aún no completamente muertos”
pero susceptibles de “ser resucitados otra vez por la magia y por muchas
memorias”.
Dos líneas más y lo
entendemos claramente: “la gelatina que los une que creí creada de metal es
líquida, que a veces fluye en partes, hasta como vapor y entonces la gente allí
se mueve y se despierta”. Estamos, querido lector, en la laguna Estigia, en el
Infierno de Dante Alighieri. ¿Dudas aún? La primera visión de Xul en el libro
de los San Signos está divida en pasos o capítulos, como las restantes, pero en este
caso son cuatro. En el segundo paso o segundo capítulo, Xul ve “una ciudad de
fuego, armazones, múltiples pisos distintos, edificios especiales…” No se hace
difícil pensar en la ciudad cuyas casas Dante compara a mezquitas que el fuego
enrojece por dentro, la ciudad de Dite -“con
gran turba, con habitantes graves”- del Canto VIII del Infierno. Ve Xul también
árboles de fuego, alambres de fuego, y el dios que lo guía se hincha de fuego.
En el siguiente capítulo, habrá de atravesar el fuego purificador, como Dante
en la cima del Purgatorio; y en el cuarto y último verá por fin “un núcleo de
luz dorada (que) irradia rayos de luz dorada llenos de seres, con múltiples
otros núcleos”, muy semejante a las visiones de Dante en el Paraíso,
especialmente en los cantos XX al XXIII; y una voz dice: “dios es el dios de
todo y el globo de todo”, en lo que se resume la teología que laboriosamente
Alighieri desarrolla en los treinta y tres cantos del tercer libro de la Comedia.
Mímesis y sincronicidad.
Debemos creer que en un mediodía, el 5 o el 6 de febrero de 1926 (así está
datada esta visión, y todas las otras están datadas), tres años después de la
traducción del I Ching al alemán por
parte de Wilhelm, es decir, en un mediodía porteño de verano, probablemente
hinchado y húmedo, Xul soñó el mismo viaje de Alighieri, a través de la Inocencia , del puro
proceder a instancias del Cielo; de una genuina búsqueda. Y con todo, Xul ha
querido conformar la
Estructura : por una razón que ahora no nos resulta difícil
adivinar, puso esta visión como pórtico de las otras, que repiten una y otra
vez extraños caminos entre hecatombes, rocas, restos, desiertos, raras
construcciones y raros animales, ángeles, demonios, altares, “multitudes
bermejas”, el hexagrama (el signo mismo) que “se mueve, vibra, tiembla”, un ave
que lo porta como Gerión a Dante y Virgilio. No estamos entonces ante un
desciframiento, ante una interpretación, una lectura, de los signos, sino ante
los signos mismos, materiales, contantes y sonantes. Estamos ante una materia
que es lingüística y es materia. Deberíamos interpretarla, pero, ¿por qué? Dice
Xul en su visión de una masa viviente como “lava cristalina”, colocada bajo el
signo XXXIII del I Ching (Tun, que
Wilhelm traduce como “La retirada”): “son viejas memorias y experiencias
condensadas, que en el mundo corresponden a una biblioteca de muchos libros que
son como léxicos en una lengua extranjera que no sé y dejo para otro momento”.
La búsqueda espiritual
en lo material, lo bajo corrompiendo lo alto: tal la obra. Voces escucha Xul,
entre otras una telepática que le dice: “escucha no desde afuera hacia adentro
sino desde adentro hacia afuera”; la misma que le indica cómo han de ser “los
hermanos y hermanas mayores”: “todos en cada uno, y cada uno en todos y en
todo”. La vía de la panlengua latinoamericana es pues la vía del panteísmo y de
la alteridad. Significativamente -esta vez sí, a mi entender- esto está puesto bajo
el signo II del I Ching: Kun, “Lo
receptivo”, que se constituye con el signo básico de la tierra, duplicado.
De estos viajes, Xul ha
de volver con frecuencia a la tierra (debe entenderse a sus mediodías, tardes y
anocheceres porteños) como si nunca se hubiese ido, igual que Dante. Pero en su
caso, volverá de repente, con una simple onomatopeya: ¡zas!