viernes, 10 de julio de 2015


El joven Borges poeta (1919-1930) de Carlos García
Por Jorge Fondebrider

"Una de las obras más importantes de un escritor —quizá la más importante de todas— es la imagen que deja de sí mismo a la memoria de los hombres, más allá de las páginas escritas por él." La frase, cuyo objeto era comenzar la presentación de la vida de Samuel Taylor Coleridge en el transcurso de una clase de literatura inglesa, fue pronunciada por Jorge Luis Borges el miércoles 16 de noviembre de 1966 y está recogida en Borges profesor, el libro de Martín Arias y Martín Hadis, comentado en el primer número de esta revista. Vale, quizás, para muchos escritores. Fundamentalmente, vale para Borges. De hecho, una parte importante de su energía la empleó en dejarnos una determinada imagen de sí mismo, construida en base a sus muchos méritos literarios y a no pocos y deliberados "olvidos" hábilmente administrados. Estos últimos, con el tiempo y acaso por la deslumbrante magnitud de su obra, se han convertido en mistificaciones. Las mismas han ido colándose en la mayoría de sus biografías hasta convertirse en lugares comunes sobre los que, luego, muchos han trabajado, promoviendo de ese modo un aparato crítico viciado que, seguramente, costará corregir.

El joven Borges poeta (1919-1930), del argentino Carlos García, es uno de los más importantes ejemplos de lo que acaso debiera ser una de las direcciones de la crítica saneada de vicios. Me apuro a señalar la primera de sus virtudes: el autor se ha preocupado, con enorme precisión, por fijar los textos de Borges del período estudiado, cuestión elemental que, sin embargo, raramente se hace presente en los estudios críticos sobre nuestra literatura. Dicho de otro modo, todavía no sabemos a ciencia cierta si cuando leemos a Girondo o a González Tuñón —por presentar apenas dos casos— las sucesivas ediciones de sus obras han sido publicadas con las posibles erratas de las primeras ediciones. García, atento a esta cuestión, ha recurrido a una enorme cantidad de fuentes que exceden con mucho todo lo intentado hasta la fecha por otros críticos. Sus intenciones son claras: según declara en el Prólogo de su trabajo, "En el marasmo de la literatura relacionada con Borges hay […] demasiada devoción, demasiada anécdota, demasiada mitología. De alcances más modestos, ofrezco, apenas, datos concretos, comprobables, en un acercamiento positivista, pero menos ingenuo de lo que podría suponerse." Ese "apenas" de García está lleno de intencionalidad. Su encomiable trabajo ha consistido en "reconstruir la génesis material, las condiciones de producción de los poemarios, recurriendo a testimonios inéditos o poco divulgados, cuando no desvirtuados por lecturas desatentas o ignoradas a propósito". Así, en los tres primeros capítulos —I. La edición princeps  de Fervor de Buenos Aires ; II. Luna de enfrente: Génesis de un título; III. Cuaderno San Martín y los Cuadernos del Plata —, García, con la pericia de un detective, reconstruye los pasos previos a la escritura de cada uno de esos libros, analiza las circunstancias en que se escribieron los poemas (los cuales compara escrupulosamente con las diferentes versiones de los mismos que antecedieron a su presentación en volumen), ubica en el correspondiente contexto las distintas instancias vinculadas a la publicación bajo la forma de libro, desarrolla hipótesis fundadas en documentos válidos (entre otros, la correspondencia de Borges de la época, mucha de la cual aún no ha sido presentada al público argentino), desmiente algunos mitos alentados por Borges mismo y relacionados con las estrategias de promoción de los textos y, por último, da cuenta de la recepción que tuvieron esos tres primeros volúmenes de poesía. Como se lee, no es poco. Sobre todo, si se considera que, hasta la futura aparición de otros documentos, la labor de este crítico resulta definitiva.

En este punto, el lector podrá preguntarse, con justa razón, en qué medida la tarea de García modifica la lectura de Borges. La respuesta es sencilla: ya son numerosas las ocasiones en que, por distintos medios, se han confrontado las diferentes versiones de un mismo poema de Borges a través del tiempo. Mediante los sucesivos cambios y retoques, poemas escritos cuando el autor tenía veinticuatro años han sido radicalmente transformados cuando ese mismo autor contaba con más de cuarenta; vale decir, cuando ya era un escritor hecho y derecho. Atribuidos luego a ese joven —puesto que en las sucesivas ediciones se mantuvo la fecha de publicación original—, esos mismos poemas terminan por dar una imagen falsa de su autor e inducen a pensar que Borges fue siempre "Borges" desde el principio. Y aunque a la mayoría de los lectores le interese "Borges", no está mal saber que, parafraseándolo, empezó siendo otro, el mismo.

Ahora bien, ¿hasta qué punto Borges se planteó velar su propio pasado como estrategia de construcción de una imagen? Esa pregunta también tiene su respuesta en el libro de García. Bajo la denominación común de Miscelánea, el libro reúne otros tres trabajos sobre la cuestión: IV. Los suicidios de Borges, V. Barnatán contra Borges, VI. Seudónimos de Martín Fierro. En cada uno de ellos se suman datos que, si bien no resultan específicos para el estudio de la obra del autor de Ficciones, resultan de gran interés para la enmienda de algunos errores cometidos por los biógrafos de Borges. Revelan, asimismo, que, así como todavía estamos lejos de la edición canónica de sus obras, otro tanto ocurre con "la" biografía.

El volumen —de 375 páginas— se cierra con una monumental Bibliografía 1904-1930, donde hay no pocas enmiendas a los trabajos realizados por Annick Louis, Alejandro Vaccaro, Sara del Carril y Nicolás Helft.

Quiero finalizar deteniéndome en la ejemplar y demoledora crítica a Borges. Biografía total, del argentino, radicado en España, Marcos Ricardo Barnatán. Allí, en "Barnatán contra Borges", creo leer algunas de las razones por las que, seguramente, García destaca de otros críticos. Por su insidiosa claridad, me permito entonces citarlo in extenso:

"Dos caminos básicos se ofrecen, a mi entender, al género biográfico: el que consiste en recabar datos fehacientes sobre la realidad objetiva de la persona biografiada, persiguiendo las huellas que dejó en la historia o en otros, y el que consiste en reconstruir casi imaginariamente su personalidad, sirviéndose para ello de su obra, y de mejor o peor aprendidas nociones de psicología. Prefiero el primero, pero hay casos en que el segundo, o una atinada mezcla de ambos, han dado buenos frutos.
"El caso 'Borges', por su parte, plantea dudas radicales acerca de la pertinencia del género. Según su propia visión de lo literario, el conocimiento de lo meramente biográfico nada agrega a la producción de un autor. La realidad, díscola maestra de la teoría, ha desautorizado esos compartibles pruritos. Nos agrade o no, se escriben, se publican y se leen biografías de Borges, y no se ve llegar el día en que desaparezcan.
"Aceptada, pues, como ineludible realidad, queda el resignado estudio de la literatura biográfica sobre Borges. Tres males la aquejan, a mi entender.
"El más difundido es el intento de imitar su prosa, tarea no siempre grata para quien lee, y que seduce a quien la práctica, por lo general, a ese estilo que Borges atribuyera (no del todo injustamente) a parte de su obra juvenil: 'lo grandioso de tercera categoría'.
"Otro es la pobreza de los medios materiales e intelectuales invertidos en la investigación. La mayoría de los autores copia con mayor o menor celo, con mejor o peor vista, lo que otros ya han escrito, no sin esconder el fruto de su laboriosa pereza bajo palabreros reordenamientos.
"El tercer mal, quizás derivado del anterior, es la profusa utilización de citas de Borges (en general, sin mención de la fuente). Personas, cuyo juicio respeto, gozan de este método, o lo tienen en gran estima. Por mi parte, nada opondría a él, si las citas fuesen contemporáneas de los hechos a los cuales aluden, o si, cuando menos, se sopesara debidamente su respectiva validez. Inocentes de ese cuidado, la mayoría de los biógrafos opta por repetir recuerdos de Borges separados por varios decenios de los hechos que narran, y confunde eso con biografía. 'Embelesados y erróneos', no advierten que falsean así la historia, ya sea porque Borges tendió a la mistificación, ya porque su memoria era prodigiosa, pero no infalible.
"Los biógrafos de Borges, por su parte, se dividen en dos bandos principales: quienes lo conocieron personalmente, y quienes se interesaron por él sólo a través de su literatura, o de las equívocas promesas de su fama.
"El primer grupo, a su vez, está conformado mayormente por 'viudas' y 'huérfanos'. Me permito llamar así a las mujeres que compartieron, en alguna imprecisable medida, etapas de la vida de Borges, y a algunos de los jóvenes admiradores que lo trataron con más devoción que frecuencia. Este grupo, por su parte, se escinde en 'pródigos' y 'réprobos', siendo éstos los 'desheredados' por Borges mismo — o por alguna de sus 'viudas'."

Planteada la tipología, García —nacido en Buenos Aires en 1953, y radicado en Alemania desde 1979— demuestra con su obra que es posible escapar de las trampas usuales en las que usualmente caen los críticos y los biógrafos de Borges, aunque en ese tránsito se vea obligado a desmentir más de una vez los dichos del propio autor que es objeto de su labor. De hecho, luego de la lectura de este libro, ya no tiene asidero el cuento pergeñado por Borges a propósito de la distribución de Fervor de Buenos Aires  entre los abrigos de los miembros de la redacción deNosotros, ni la historia de la obtención del Segundo Premio Municipal con Cuaderno San Martín, un error difundido por los exégetas que Borges supo adoptar convenientemente. Ambos son auténticos relatos de ficción que le sirvieron a Borges para construir esa imagen que quería legar a la posteridad. En los dos casos la lectura del libro de García permite descubrir una intencionalidad que, como tantas otras cosas —por ejemplo, la ya mencionada alteración de los primeros libros de poemas casi dos décadas después de escritos, sus juicios progresivamente cambiantes a propósito de sus contemporáneos y de casi cualquier otra cosa, etcétera—, sirven para entender más cabalmente la estrategia que adoptó para su presentación pública el mayor escritor argentino del siglo XX.

A pesar de que, por su naturaleza, algunas de sus páginas resultan arduas, se trata de un libro de primera importancia y muy recomendable lectura. Acaso el esfuerzo de Carlos García —más allá de lo que piensen las "viudas", los "huérfanos" y toda esa ralea— sirva para sentar las bases del enorme trabajo que Borges todavía plantea a ésta y a futuras generaciones.
           


lunes, 6 de julio de 2015


The invention of news de Andrew Pettegree
Por Laszlo Erdelyi

Muchos han cometido el mismo error: confundir la historia de las noticias con la historia de los periódicos. Es común que los estudiosos de las noticias tomen como punto de partida el Relation, diario fundado en Estrasburgo por Johann Carolus en el año 1605. Lo ocurrido antes de esa fecha es la pre-historia.

El historiador inglés Andrew Pettegree sabía esto. Cansado también de escuchar el rumor que anunciaba la muerte de los diarios por culpa de esta “inédita” era multimedia (intuía que esa idea no se sostenía; algunas décadas atrás también se dijo que la televisión acabaría con los diarios), decidió escribir su propia historia de las noticias, The invention of news (La invención de las noticias, Yale University Press, 2014), libro que por ahora solo está en inglés. Allí cuenta que las noticias existen desde tiempos antiguos. Descubrió también que la invención de los diarios no estuvo vinculada en forma directa a la invención de la imprenta (Gutenberg la puso a funcionar 150 años antes). Y lo más notable: que desde una temprana era moderna el tráfico de noticias ocurrió en un ámbito multimedia, incluso enseguida de Gutenberg (voz a voz, canciones, poemas, hojas manuscritas, y diversos tipos de hojas impresas). Es decir que desde su nacimiento los diarios libraron su lucha por tener un espacio en esa cultura multimedia.

El sermón de Calvino
La noticia, por definición, debe ser oportuna y confiable. Lo sabían los antiguos romanos que mandaban a sus mensajeros a razón de 35 kilómetros por día para comunicar noticias por todo el imperio. “Las islas británicas eran ejemplo de una extensa provincia romana manejada por una muy pequeña fuerza de ocupación” cuenta Pettegree. Ello se debía a una eficiente red de comunicación que permitía desplegar esa pequeña fuerza de forma rápida y decisiva.

El comercio, sobre todo en la Edad Media, fue el gran responsable de la transmisión de noticias. Eran imprescindibles para fijar precios o enviar cargas por rutas seguras. Por el siglo XII nace el papel, importante medio hasta fines del siglo XX. Las noticias se escribían a mano hasta que Gutenberg mecanizó la impresión en 1454. A partir de allí algunos eventos catastróficos la caída de un meteorito gigante en una villa de Alsacia en 1492 o notables descubrimientos los relatos de Colón de su primer viaje llegaron al panfleto impreso, y fueron un gran éxito de ventas. Pero esto no suprimió las viejas formas de comunicación.

En el siglo XVI la mayoría de la gente recibía las noticias por vía oral; el viajero que llegaba al pueblo seguía siendo un individuo confiable con noticias frescas que eran trasmitidas en la taberna, el mercado, la iglesia o el grupo familiar. También se escribían canciones o poemas de gran éxito, y los más educados recibían noticias concurriendo al teatro. De hecho la reforma protestante “fue el primer evento de noticias mass media de la historia” afirma Pettegree. Ocho millones de copias impresas de tratados religiosos de Lutero llegaron al mercado entre 1518 y 1526, pero aun así el principal medio de transmisión de noticias para la comunidad protestante era el sermón en la iglesia. Calvino, por ejemplo, en el culto presentaba las noticias en un lenguaje llano, directo, muy lejos de las misas en latín de la iglesia católica que estaban abandonando. “Resulta significativo” dice Pettegree, “que para esta época ‘publicar’ era sinónimo de vocear, verbalizar por lo alto; a los libros sólo se los imprimía”.

Esta primera era multimedia fue reflejo de la gran curiosidad que mostraba la temprana sociedad moderna. El medio impreso innovaba los panfletos sobre crímenes horrendos o brujas eran un éxito y también nacía el pasquín como crítica satírica del poder (del Papa, sobre todo). Pero eran marginales al chusmerío en el mercado, a la reunión en torno a una ejecución en la plaza, a las canciones políticas, o a las 20 mil tabernas existentes en el Reino Unido (una cada 20 hombres), lugares espontáneos y difíciles de controlar para el poder de turno, sobre todo en momentos de descontento. Ámbitos autónomos que, 500 años más tarde, encenderían la Primavera Árabe apelando a otros medios.
               
Cambio organizacional
Los diarios no nacen con la imprenta, sino con un cambio radical en la organización de las sociedades: aparecen los servicios postales públicos confiables y regulares, como el creado por el emperador Maximiliano en Alemania en el siglo XVII. Muy cerca de la principal red de tráfico de ese correo nace el Relation, la versión impresa de una newsletter que Carolus venía escribiendo a mano. De esta forma expandió su cartera de clientes a un costo mínimo.

Pero fue un proceso largo y experimental. Los primeros cien años los periódicos debieron luchar con una cultura multimedia predominante. De hecho en Alemania diarios de 20 ciudades siguieron el ejemplo de Carolus en los siguientes 30 años, pero si no lograban ser subsidiados perecían de forma lenta, como le ocurrió a la mayoría. El estilo sobrio de los reportes impresos contrastaba con el estilo directo y sensacionalista de los panfletos, que ganaban la partida. De todas formas con tiradas de entre 400 a 1.500 ejemplares, al final del siglo XVII se habían impreso en Alemania 70 millones de copias de diarios. Un proceso lleno de hitos para los empresarios periodísticos: Meyer, en Hamburgo, debió lidiar con las librerías establecidas para la reventa de los diarios, no siempre con final feliz; van Hilten en Holanda inventa en 1632 el “paren las rotativas” para incluir las noticias llegadas luego del cierre; Verhoeven incluye en el holandés Nieuwe Tijdinghen la ilustración de tapa (1620); en el año 1622 en Inglaterra Butter y Bourne consolidan al capitán Thomas Gainsford como gran narrador de historias, con suceso, aunque siempre se podía publicar alguna predicción de Nostradamus para disparar los tirajes. A su vez los avisos, factor fundamental en la consolidación económica de los diarios, nacen en la sociedad más comercial del siglo XVII: la república holandesa. El primer aviso apareció el 10 de agosto de 1624 de forma simultánea en dos diarios de Ámsterdam. Anunciaba un libro. Los avisos de libros en esos primeros años fueron dominantes, también en Inglaterra. Como las librerías vendían diarios se entendió que era una oportunidad de venta que no había que desperdiciar.

Los cuatro pilares. 
En el siglo XVIII se consolidó la figura del periodista, y la principal preocupación de las empresas estuvo en la distribución antes que en la impresión. El universo de clientes-lectores creció, el alcance de la publicidad en sus páginas también (The Spectator clamaba 20 lectores por ejemplar), al igual que la influencia política de los diarios. Era la antesala de lo que sería la edad de oro de los periódicos que comenzaría en el siglo XIX. Pero Pettegree se detiene antes, en el siglo XVIII.

Al autor le interesa desarmar la idea de que la era multimedia actual es inédita. Muchos han promovido esta sensación, dándole incluso dimensiones apocalípticas. De hecho hace 300 años Daniel Defoe, cuando aún no había escrito la novela Robinson Crusoe pero era un exitoso periodista y editor, escribió en 1712 que los ingleses estaban viviendo una explosión de medios masivos sin precedentes, cuando hoy se sabe que sí tenía antecedentes. Defoe fue víctima de su propia euforia y retórica. Al fin y al cabo a quién no le gusta ser protagonista de una nueva era, estar en la nueva ola, reinventarse, o escuchar a los nuevos profetas. Pero son construcciones falsas. Como enseña la historia de los diarios en sus cuatro siglos de vida muchas cosas han cambiado, pero no los cuatro pilares fundamentales del negocio: velocidad, confiabilidad, control de contenidos, y valor de entretenimiento. Como dice Pettegree, esos pilares “son las principales preocupaciones de quienes consiguen, venden, y consumen las noticias”.