lunes, 16 de febrero de 2015

Actos sacramentales de Kenneth Rexroth
Por Jorge Fondebrider



Hace ya muchos años, como tantos otros lectores, me compré Nueva Poesía U.S.A. De Ezra Pound a Bob Dylan, aquella antología de Marcelo Covián, hoy clásica, publicada en Buenos Aires por Ediciones De La Flor, en 1970. Me había propuesto leerla sistemáticamente, del principio al fin,  para tratar de sumar a mi módico conocimiento de la poesía estadounidense todos los nombres que había entre los dos que se mencionaban en el subtítulo, los únicos que yo conocía por ese entonces. En razón de la selección y de las traducciones, mi memoria de ese momento sólo retuvo tres, y de los tres, versos aislados: Delmore Schwartz (“No te puedes sentar sobre bayonetas/ Ni tampoco puedes comer entre los muertos”), Denise Levertov (“Mientras lees,/ el mar está doblando sus páginas oscuras”) y Kennerth Rexroth, el mayor de los tres, de quien se publicaba toda una serie que, bajo el título “Poemas de un bestiario”, incluía “Buitre” (“Santo Tomás de Aquino pensó/ Que los buitres eran lesbianas/ Fertilizadas por el viento./ Si buscas los hechos de la vida,/ Los intelectuales papistas/ Pueden resultar muy engañosos.”).

Tiempo después, en 15 poetas norteamericanos, una antología seleccionada, traducida y prologada por Alberto Girri, que Bibliográfica Omeba publicó también en Buenos Aires, en 1969, volví a toparme con Schwartz y con Rexroth. Sobre este último, Girri había anotado: “A los sesenta y tantos años –nació en 1905– el considerable prestigio alcanzado por Kenneth Rexroth entre poetas y lectores de las últimas promociones en Estados Unidos se debe más a su labor de vocero y mentor de esas mismas promociones, especialmente del llamado ‘renacimiento poético de San Francisco’, que a sus meritorias versiones de poemas griegos, latinos, chinos y japoneses, y a su obra poética propia, abundante y variada, algunos de cuyos títulos son In What Hour (1940), The Signature of All Things (1949), The Dragon and the Unicorn (1952), In Defense of the Earth (1956), Natural Numbers (1963)”. Y más abajo: “Lamentablemente, ni la agudeza crítica de Rexroth, ni su vasta cultura e información, parecen haberle servido de mucho para elevar su poesía por encima de un nivel que casi nunca sobrepasa lo decoroso”.

Un poeta de la utopía


Más tarde, me  enteré de qué se había tratado el “renacimiento poético de San Francisco”, justamente leyéndolo a Rexroth. Según pude saber, luego de deambular durante algún tiempo por el mundo y por su país, se había instalado en esa ciudad de “jugadores, prostitutas, granujas y buscadores de fortuna” en 1927 y durante las décadas siguientes se había constituido en uno de los principales animadores de los grupos libertarios que luchaban por los derechos civiles, llegando incluso a ser objetor de conciencia durante la Segunda Guerra mundial. En La poesía norteamericana en el siglo XX, volumen publicado en 1975 por la porteña Editorial Nova, Rexroth apuntaba la importancia de su ciudad adoptiva: “San Francisco es la única ciudad importante de Estados Unidos, salvo Nueva Orléans, no colonizada por la difusión del carácter puritano. La colonizaron tipos humanos truhanescos y anarquistas atraídos por la fiebre del oro, italianos del norte que pronto se convirtieron en uno de los grupos de élite de la ciudad, y un reducido número de familias judías procedentes, en su mayor parte, del norte de Baviera, casi todos en buena posición económica y con una alta formación cultural anterior a su migración a los Estados Unidos. Hasta la época en que la ciudad se vio envuelta en la explosión demográfica, los conflictos raciales y la política deshonesta de la década de 1960, era uno de los últimos reductos de la vie mediterranée, del laissez faire personal y del dolce far niente, con seguridad una ciudad más mediterránea que Barcelona, Marsella o Génova después de la Segunda Guerra mundial”. A esta visión particular de la ciudad –cuyas afueras, durante la guerra, estaban jalonadas por campos de concentración para objetores a la guerra–, Rexroth añade otro elemento fundamental: “La religión, la literatura y el arte del Lejano Oriente eran mucho más accesibles en San Francisco, más fácilmente obtenibles que en Nueva York. (...) La influencia de las culturas japonesa y china es direca; después de todo, el océano Pacífico no es más que agua, y China y Japón son adyacentes a California. Una masa de tierra densamente poblada es una barrera; el océano, como el desierto y la estepa asiáticos, es un largo puente. Culturalmente, San Francisco tenía un contacto más estrecho con Londres y París que con Nueva York”. El tercer atractivo, siempre según Rexroth, eran los altos salarios que percibían los obreros, atractivos para los escritores jóvenes de la Costa Este. “Todos estos factores se combinaron –anota Rexroth– para producir una cultura regional que difería en casi todos los puntos con el mundo literario del resto de Estados Unidos, centrado en Nueva York. No se trató de un mero renacimiento regional, como el del Medio Oeste, con centro en Chicago, de los primeros años del siglo. Se parecía más a la cultura de un país diferente, cuyos habitantes, casualmente, hablaban inglés norteamericano”.

Los poetas del renacimiento poético de San Francisco no conformaron un grupo uniforme. Fueron llegando a la ciudad de a poco y constituyeron distintas capas geológicas que luego entraron en relación. Primero estaban Robert Duncan, Philip Lamantia, Jack Spicer y Brother Anoninus. Después, vino Kenneth Patchen y en los años posteriores a la guerra llegaron Lawrence Ferlinghetti –quien compró la librería City Lights, más tarde también editorial– y Michael McClure. Con posterioridad, fue el turno de los miembros de la generación beat: Allen Ginsberg, Gregory Corso, Jack Kerouac y Gary Snyder, entre otros.

Rexroth estuvo presente en cada una de estas instancias, que él mismo animó, para luego desencantarse. Según señala el crítico y traductor Eliot Weinberger, “abrazó por corto tiempo el movimiento de los beats (pese a su famosa frase de renuncia: ‘Un entomólogo no es un insecto’), tal como lo hizo con otros grupos: los Wobblies –una manera de nombrar al Sindicato Mundial de Obreros Industriales–, el John Reed Club –una institución literaria ligada con el comunismo–, el anarquismo, el Partido Comunista (que le negó la membresía), el movimiento de los derechos civiles, el hippismo, el feminismo...”. En suma, diversas formas de pensamiento que Rexroth interpretó como próximas a la idea de la fraternidad entre los seres humanos, sin por ello privarse de la correspondiente decepción cuando sus ideas utópicas chocaron contra los imperativos de las instituciones. De hecho, Weinberger así lo señala: “Sus enemigos fueron las instituciones (el Estado norteamericano y el soviético, las corporaciones, las universidades y la Iglesia) y sus productos: la represión sexual, el arte académico, el racismo, el sexismo, la falta de encanto de la burguesía, el mito del progreso, el saqueo del mundo natural”. Y Weinberger continúa: “Fue el gran poeta de los Estados Unidos, pues sólo él, entre los poetas de este siglo, se ocupa de casi todo lo que hay de amable en este país: la vibrante vida callejera de los guetos, los lugares selváticos, el genuino anticapitalismo popular, el jazz y el rock and roll, las comunidades utópicas, los pequeños grupos de vanguardia de las diversas artes, la lengua norteamericana y todos los terrones que aún no se han fundido en el crisol”.

La búsqueda de unas razones


La próxima noticia que tuve de Rexroth llegó unos años más tarde. Un día de 1986, Diana Bellessi llegó a la redacción de Diario de Poesía con unas “traducciones” de una poeta japonesa, de nombre Marichiko. Casi un año después, ella misma nos hizo saber que se trataba de una falsificación. Lo señaló con estas palabras: “En 1981 llegó a mis manos un libro de Rexroth publicado por la editorial New Directions –The Morning Star– que incluye, siguiendo una inteligente modalidad norteamericana, poemas y traducciones del autor. Allí descubro a Marichiko, una poeta contemporánea oriunda de Kyoto a quien Rexroth traduce extensivamente. Acompañan la versión numerosas notas sobre el trabajo de traducción y reflexiones acerca de la poética de la autora. Tradición y modernidad se ligan en los textos de Marichiko y una apasioanda carnalidad que desemboca progresivamente en melancolía, también apasionada. Textos hablados desde el cuerpo de una mujer, hablados desde el cuerpo de su amante cuyo género es señalado por el propo Rexroth, como ‘ambiguo’”. Luego, Diana comentaba cómo recibió el ensayo de Weinberger citado más arriba, donde, entre otras cosas se lee que Rexroth “tradujo dos antologías de poetas chinas y japonesas; tradujo y publicó a la poeta japonesa contemporánea Kazuko Shiraishi y –en la que constituye la mejor de sus traducciones– a la poeta de la dinastía Son, Li Qingzhao; además inventó a una joven poeta japonesa llamada Marichiko, una mujer de Kyoto, y escribió sus poemas en inglés y japonés”.

Me imagino que los integrantes del Diario de Poesía no habíamos sido los primeros en creer en la veracidad de la traducción de Rexroth y supongo que no importa, porque la buena poesía –como la literatura y el arte en general– no tiene la obligación de decir la verdad, sino de ser verdadera. Y Marichiko era tan verdadera como la mayoría de los otros muchos poemas que Rexroth escribió a lo largo de su vida. ¿Fue esa verdad, apoyada en la experiencia humana de lo inmediatamente cotidiano lo que le molestaba a Girri? ¿O fue la expresión demasiado llana lo que, siempre según Girri, puso a la poesía de Rexroth en el límite del decoro?

El lector argentino, que lo viene leyendo desde hace rato en numerosas antologías de poesía norteamericana –entre otras, la de Agustí Bartra, la de Ernesto Cardenal y José Coronel Urtecho, etc.–, ahora puede sumar el volumen que tradujo Alberto Manzano y que le está íntegramente dedicado. Actos sacramentales, en sus 177 páginas, incluye una buena selección de 11 libros de Rexroth, escritos entre 1920 y 1979, año éste en que se publicaron los poemas de Marichiko, también presentes en el volumen. La traducción, aunque española, es buena y viene a llenar un vacío que, a pesar de los reparos de Girri –reparos que no fueron un impedimento para que él mismo tradujera a Rexorth–, valía la pena que se llenara. La misma editorial, con posterioridad a este libro, recientemente distribuido en la Argentina, publicó sendas antologías de poesía japonesa, cuyas traducciones al inglés, hechas por Rexroth, fueron igualmente traducidas al castellano. Todo ese material podrá sumarse al espléndido sitio de Internet dedicado al poeta, una de cuyas secciones incluye numerosos textos en castellano (http://www.bopsecrets.org/Spanish/index.htm ).

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