Por Jorge Fondebrider
Hace ya muchos años, como tantos otros lectores, me compré Nueva Poesía U.S.A. De Ezra Pound a Bob Dylan, aquella antología de Marcelo Covián, hoy clásica, publicada en Buenos Aires por Ediciones De
Tiempo
después, en 15 poetas norteamericanos, una antología seleccionada,
traducida y prologada por Alberto Girri, que Bibliográfica Omeba publicó
también en Buenos Aires, en 1969, volví a toparme con Schwartz y con Rexroth. Sobre
este último, Girri había anotado: “A los sesenta y tantos años –nació en 1905– el
considerable prestigio alcanzado por Kenneth Rexroth entre poetas y lectores de
las últimas promociones en Estados Unidos se debe más a su labor de vocero y
mentor de esas mismas promociones, especialmente del llamado ‘renacimiento
poético de San Francisco’, que a sus meritorias versiones de poemas griegos,
latinos, chinos y japoneses, y a su obra poética propia, abundante y variada,
algunos de cuyos títulos son In What Hour (1940), The
Signature of All Things (1949), The Dragon and the Unicorn (1952),
In
Defense of the Earth (1956), Natural Numbers (1963)”. Y más
abajo: “Lamentablemente, ni la agudeza crítica de Rexroth, ni su vasta cultura
e información, parecen haberle servido de mucho para elevar su poesía por
encima de un nivel que casi nunca sobrepasa lo decoroso”.
Un poeta de
la utopía
Más
tarde, me enteré de qué se había tratado
el “renacimiento poético de San Francisco”, justamente leyéndolo a Rexroth. Según
pude saber, luego de deambular durante algún tiempo por el mundo y por su país,
se había instalado en esa ciudad de “jugadores, prostitutas, granujas y
buscadores de fortuna” en 1927 y durante las décadas siguientes se había
constituido en uno de los principales animadores de los grupos libertarios que
luchaban por los derechos civiles, llegando incluso a ser objetor de conciencia
durante la Segunda
Guerra mundial. En La poesía norteamericana en el siglo XX,
volumen publicado en 1975 por la porteña Editorial Nova, Rexroth apuntaba la
importancia de su ciudad adoptiva: “San Francisco es la única ciudad importante
de Estados Unidos, salvo Nueva Orléans, no colonizada por la difusión del
carácter puritano. La colonizaron tipos humanos truhanescos y anarquistas
atraídos por la fiebre del oro, italianos del norte que pronto se convirtieron
en uno de los grupos de élite de la ciudad, y un reducido número de familias judías
procedentes, en su mayor parte, del norte de Baviera, casi todos en buena
posición económica y con una alta formación cultural anterior a su migración a
los Estados Unidos. Hasta la época en que la ciudad se vio envuelta en la
explosión demográfica, los conflictos raciales y la política deshonesta de la
década de 1960, era uno de los últimos reductos de la vie mediterranée,
del laissez faire personal y del dolce far niente, con seguridad
una ciudad más mediterránea que Barcelona, Marsella o Génova después de la Segunda Guerra
mundial”. A esta visión particular de la ciudad –cuyas afueras, durante la
guerra, estaban jalonadas por campos de concentración para objetores a la
guerra–, Rexroth añade otro elemento fundamental: “La religión, la literatura y
el arte del Lejano Oriente eran mucho más accesibles en San Francisco, más
fácilmente obtenibles que en Nueva York. (...) La influencia de las culturas
japonesa y china es direca; después de todo, el océano Pacífico no es más que
agua, y China y Japón son adyacentes a California. Una masa de tierra
densamente poblada es una barrera; el océano, como el desierto y la estepa
asiáticos, es un largo puente. Culturalmente, San Francisco tenía un contacto
más estrecho con Londres y París que con Nueva York”. El tercer atractivo,
siempre según Rexroth, eran los altos salarios que percibían los obreros,
atractivos para los escritores jóvenes de la Costa Este. “Todos
estos factores se combinaron –anota Rexroth– para producir una cultura regional
que difería en casi todos los puntos con el mundo literario del resto de
Estados Unidos, centrado en Nueva York. No se trató de un mero renacimiento
regional, como el del Medio Oeste, con centro en Chicago, de los primeros años
del siglo. Se parecía más a la cultura de un país diferente, cuyos habitantes,
casualmente, hablaban inglés norteamericano”.
Los
poetas del renacimiento poético de San Francisco no conformaron un grupo
uniforme. Fueron llegando a la ciudad de a poco y constituyeron distintas capas
geológicas que luego entraron en relación. Primero estaban Robert Duncan, Philip Lamantia, Jack Spicer y Brother
Anoninus. Después, vino Kenneth Patchen y en los años posteriores a la
guerra llegaron Lawrence Ferlinghetti –quien compró la librería City Lights,
más tarde también editorial– y Michael McClure. Con posterioridad, fue el turno
de los miembros de la generación beat: Allen Ginsberg, Gregory Corso, Jack
Kerouac y Gary Snyder, entre otros.
Rexroth
estuvo presente en cada una de estas instancias, que él mismo animó, para luego
desencantarse. Según señala el crítico y traductor Eliot Weinberger, “abrazó
por corto tiempo el movimiento de los beats (pese a su famosa frase de
renuncia: ‘Un entomólogo no es un insecto’), tal como lo hizo con otros grupos:
los Wobblies –una manera de nombrar al Sindicato Mundial de Obreros
Industriales–, el John Reed Club –una institución literaria ligada con el
comunismo–, el anarquismo, el Partido Comunista (que le negó la membresía), el
movimiento de los derechos civiles, el hippismo, el feminismo...”. En suma,
diversas formas de pensamiento que Rexroth interpretó como próximas a la idea
de la fraternidad entre los seres humanos, sin por ello privarse de la
correspondiente decepción cuando sus ideas utópicas chocaron contra los
imperativos de las instituciones. De hecho, Weinberger así lo señala: “Sus
enemigos fueron las instituciones (el Estado norteamericano y el soviético, las
corporaciones, las universidades y la Iglesia ) y sus productos: la represión sexual, el
arte académico, el racismo, el sexismo, la falta de encanto de la burguesía, el
mito del progreso, el saqueo del mundo natural”. Y Weinberger continúa: “Fue el
gran poeta de los Estados Unidos, pues sólo él, entre los poetas de este siglo,
se ocupa de casi todo lo que hay de amable en este país: la vibrante vida
callejera de los guetos, los lugares selváticos, el genuino anticapitalismo
popular, el jazz y el rock and roll, las comunidades utópicas, los pequeños
grupos de vanguardia de las diversas artes, la lengua norteamericana y todos
los terrones que aún no se han fundido en el crisol”.
La búsqueda
de unas razones
La
próxima noticia que tuve de Rexroth llegó unos años más tarde. Un día de 1986,
Diana Bellessi llegó a la redacción de Diario de Poesía con unas
“traducciones” de una poeta japonesa, de nombre Marichiko. Casi un año después,
ella misma nos hizo saber que se trataba de una falsificación. Lo señaló con
estas palabras: “En 1981 llegó a mis manos un libro de Rexroth publicado por la
editorial New Directions –The Morning Star– que incluye,
siguiendo una inteligente modalidad norteamericana, poemas y traducciones del
autor. Allí descubro a Marichiko, una poeta contemporánea oriunda de Kyoto a
quien Rexroth traduce extensivamente. Acompañan la versión numerosas notas sobre
el trabajo de traducción y reflexiones acerca de la poética de la autora. Tradición
y modernidad se ligan en los textos de Marichiko y una apasioanda carnalidad
que desemboca progresivamente en melancolía, también apasionada. Textos
hablados desde el cuerpo de una mujer, hablados desde el cuerpo de su amante
cuyo género es señalado por el propo Rexroth, como ‘ambiguo’”. Luego, Diana
comentaba cómo recibió el ensayo de Weinberger citado más arriba, donde, entre
otras cosas se lee que Rexroth “tradujo dos antologías de poetas chinas y
japonesas; tradujo y publicó a la poeta japonesa contemporánea Kazuko Shiraishi
y –en la que constituye la mejor de sus traducciones– a la poeta de la dinastía
Son, Li Qingzhao; además inventó a una joven poeta japonesa llamada Marichiko,
una mujer de Kyoto, y escribió sus poemas en inglés y japonés”.
Me
imagino que los integrantes del Diario de Poesía no habíamos sido los
primeros en creer en la veracidad de la traducción de Rexroth y supongo que no
importa, porque la buena poesía –como la literatura y el arte en general– no
tiene la obligación de decir la verdad, sino de ser verdadera. Y Marichiko era
tan verdadera como la mayoría de los otros muchos poemas que Rexroth escribió a
lo largo de su vida. ¿Fue esa verdad, apoyada en la experiencia humana de lo
inmediatamente cotidiano lo que le molestaba a Girri? ¿O fue la expresión
demasiado llana lo que, siempre según Girri, puso a la poesía de Rexroth en el
límite del decoro?
El
lector argentino, que lo viene leyendo desde hace rato en numerosas antologías
de poesía norteamericana –entre otras, la de Agustí Bartra, la de Ernesto
Cardenal y José Coronel Urtecho, etc.–, ahora puede sumar el volumen que
tradujo Alberto Manzano y que le está íntegramente dedicado. Actos
sacramentales, en sus 177 páginas, incluye una buena selección de 11
libros de Rexroth, escritos entre 1920 y 1979, año éste en que se publicaron
los poemas de Marichiko, también presentes en el volumen. La traducción, aunque
española, es buena y viene a llenar un vacío que, a pesar de los reparos de
Girri –reparos que no fueron un impedimento para que él mismo tradujera a
Rexorth–, valía la pena que se llenara. La misma editorial, con posterioridad a
este libro, recientemente distribuido en la Argentina , publicó sendas
antologías de poesía japonesa, cuyas traducciones al inglés, hechas por
Rexroth, fueron igualmente traducidas al castellano. Todo ese material podrá
sumarse al espléndido sitio de Internet dedicado al poeta, una de cuyas
secciones incluye numerosos textos en castellano (http://www.bopsecrets.org/Spanish/index.htm
).
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