Si alguiente tiene que
ser después de Juana Bignozzi
Por Jorge Fondebrider
Este
libro de Juana Bignozzi es claramente una de las mejores cosas que le pasaron
este año a la literatura argentina. En la página 28, se lee: “rodeada de
creadores que oscilan/ entre la jactancia y la humillación/ no digo soberbia/
porque es un pecado mayor de almas mayores/ rodeada de treintañeros que se
vuelven cuarentones cincuentones/ Y se colocan en el umbral técnico de la
vejez/ suelo creer que me rodea gente a la que alguien contó una historia/ en
la que no entraba la jerarquía del escenario/ la nitidez de la palabra/ ni la
respuesta a la eterna pregunta/ ¿quién soy yo en este oficio/ y en éste mi
espejo?”. Así, en 12 versos, Juana Bignozzi acaba de cargarse a buena parte de
la poesía argentina. Al resto se ocupa de clasificarlos en la página 35: “los
grandes poetas escriben sin el corazón/ los frívolos sin el alma/ los
triunfadores narrativos sin pensamiento/ los magísters de jóvenes/ los que aspiran
al lugar del privilegio/ que abandonan los lúcidos sin ideología/ y un mínimo
grupo de solitarios sin música/ con el gran sueño de una clase un líder un
país”. Antes, en el tercer poema de Si
alguiente tiene que ser después, se había presentado a sí misma con una
sencilla declaración de principios: “nunca tuve otro sueño/ sino el de estar en
el lugar donde conseguir mis sueños”. Y ese lugar nunca fue ni la niñez, ni el
misterio, el pobrerío, Frankfurt, o cualquiera de esos tinglados dispuestos
para la ocasión. No: aquí hay poesía, pelada hasta el hueso, escrita con el
refinamiento que permite la decencia y la impunidad de quien nada tiene que
demostrarle a nadie. Juana Bignozzi tiene algo que decir y ésa es una de las
varias noticias que tiene para ofrecernos. Otra es que no se puede vivir sin
ideología. Luego, que toda vida tiene momentos lujosos, aun cuando no sea el
lujo material lo que los determine. Finalmente, que la poesía –y conste que es
una poeta quien lo aclara– no es lo más
importante: “pobres vidas aquellas/ en las que la vida es sólo la poesía”,
comenta en “24 de junio”, uno de los pocos poemas con título, que trascurre en
Buenos Aires, su ciudad “llena de provincianos y libros españoles”, lo que es
decir otro lugar que el que alguna vez le fue propio y a duras penas todavía
sobrevive en algunos poemas, porque “la historia barre barre/ y devuelve
soledad a los que trabajan a solas/ y convierte en solitarios a los que
hicieron de la ideología/ un gesto”.
Efectivamente,
“en este mundo que miserablemente aspira a la corrección”, Juana está sola. La
distancia que media entre ella y la mayoría de sus contemporáneos es
decididamente grande y este libro –impiadoso, pero no exento de ternura– no
hace otra cosa que ampliarla. El precio es alto, lo sabe y está dispuesta a
pagarlo. Por eso anota: “me miro en el espejo y sé que la trampa de la que debo
escapar/ no es la de las arrugas/ sino la de esperar cobrar la plusvalía del
afecto/ como en un lejano cuento pido al espejo cada día/ seguir despierta no
perder el aliento/ seguir ignorando qué precio tiene mi desmemoria/ no perder
el gusto de la amistad/ volver a desagradar/ a los que hace décadas desagrado”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario