El joven Borges poeta (1919-1930) de Carlos García
Por Jorge
Fondebrider
"Una de las obras más importantes de un escritor
—quizá la más importante de todas— es la imagen que deja de sí mismo a la
memoria de los hombres, más allá de las páginas escritas por él." La
frase, cuyo objeto era comenzar la presentación de la vida de Samuel Taylor
Coleridge en el transcurso de una clase de literatura inglesa, fue pronunciada
por Jorge Luis Borges el miércoles 16 de noviembre de 1966 y está recogida en Borges profesor, el libro de
Martín Arias y Martín Hadis, comentado en el primer número de esta revista.
Vale, quizás, para muchos escritores. Fundamentalmente, vale para Borges. De
hecho, una parte importante de su energía la empleó en dejarnos una determinada
imagen de sí mismo, construida en base a sus muchos méritos literarios y a no
pocos y deliberados "olvidos" hábilmente administrados. Estos
últimos, con el tiempo y acaso por la deslumbrante magnitud de su obra, se han
convertido en mistificaciones. Las mismas han ido colándose en la mayoría de
sus biografías hasta convertirse en lugares comunes sobre los que, luego,
muchos han trabajado, promoviendo de ese modo un aparato crítico viciado que,
seguramente, costará corregir.
El joven Borges poeta (1919-1930), del argentino Carlos García, es uno de los más
importantes ejemplos de lo que acaso debiera ser una de las direcciones de la
crítica saneada de vicios. Me apuro a señalar la primera de sus virtudes: el
autor se ha preocupado, con enorme precisión, por fijar los textos de Borges
del período estudiado, cuestión elemental que, sin embargo, raramente se hace
presente en los estudios críticos sobre nuestra literatura. Dicho de otro modo,
todavía no sabemos a ciencia cierta si cuando leemos a Girondo o a González
Tuñón —por presentar apenas dos casos— las sucesivas ediciones de sus obras han
sido publicadas con las posibles erratas de las primeras ediciones. García,
atento a esta cuestión, ha recurrido a una enorme cantidad de fuentes que
exceden con mucho todo lo intentado hasta la fecha por otros críticos. Sus
intenciones son claras: según declara en el Prólogo de su trabajo, "En el
marasmo de la literatura relacionada con Borges hay […] demasiada devoción,
demasiada anécdota, demasiada mitología. De alcances más modestos, ofrezco,
apenas, datos concretos, comprobables, en un acercamiento positivista, pero
menos ingenuo de lo que podría suponerse." Ese "apenas" de
García está lleno de intencionalidad. Su encomiable trabajo ha consistido en "reconstruir
la génesis material, las condiciones de producción de los poemarios,
recurriendo a testimonios inéditos o poco divulgados, cuando no desvirtuados
por lecturas desatentas o ignoradas a propósito". Así, en los tres
primeros capítulos —I. La edición princeps de Fervor de Buenos Aires ; II. Luna de enfrente: Génesis de un
título; III. Cuaderno San
Martín y los Cuadernos del Plata —, García, con la pericia de un
detective, reconstruye los pasos previos a la escritura de cada uno de esos
libros, analiza las circunstancias en que se escribieron los poemas (los cuales
compara escrupulosamente con las diferentes versiones de los mismos que
antecedieron a su presentación en volumen), ubica en el correspondiente
contexto las distintas instancias vinculadas a la publicación bajo la forma de
libro, desarrolla hipótesis fundadas en documentos válidos (entre otros, la
correspondencia de Borges de la época, mucha de la cual aún no ha sido
presentada al público argentino), desmiente algunos mitos alentados por Borges
mismo y relacionados con las estrategias de promoción de los textos y, por
último, da cuenta de la recepción que tuvieron esos tres primeros volúmenes de
poesía. Como se lee, no es poco. Sobre todo, si se considera que, hasta la
futura aparición de otros documentos, la labor de este crítico resulta
definitiva.
En este punto, el lector podrá preguntarse, con justa
razón, en qué medida la tarea de García modifica la lectura de Borges. La
respuesta es sencilla: ya son numerosas las ocasiones en que, por distintos
medios, se han confrontado las diferentes versiones de un mismo poema de Borges
a través del tiempo. Mediante los sucesivos cambios y retoques, poemas escritos
cuando el autor tenía veinticuatro años han sido radicalmente transformados
cuando ese mismo autor contaba con más de cuarenta; vale decir, cuando ya era
un escritor hecho y derecho. Atribuidos luego a ese joven —puesto que en las
sucesivas ediciones se mantuvo la fecha de publicación original—, esos mismos
poemas terminan por dar una imagen falsa de su autor e inducen a pensar que
Borges fue siempre "Borges" desde el principio. Y aunque a la mayoría
de los lectores le interese "Borges", no está mal saber que,
parafraseándolo, empezó siendo otro, el mismo.
Ahora bien, ¿hasta qué punto Borges se planteó velar su
propio pasado como estrategia de construcción de una imagen? Esa pregunta
también tiene su respuesta en el libro de García. Bajo la denominación común de
Miscelánea, el libro reúne otros tres trabajos sobre la cuestión: IV. Los suicidios
de Borges, V. Barnatán contra Borges, VI. Seudónimos de Martín Fierro. En cada uno de
ellos se suman datos que, si bien no resultan específicos para el estudio de la
obra del autor de Ficciones,
resultan de gran interés para la enmienda de algunos errores cometidos por los
biógrafos de Borges. Revelan, asimismo, que, así como todavía estamos lejos de
la edición canónica de sus obras, otro tanto ocurre con "la"
biografía.
El volumen —de 375 páginas— se cierra con una monumental
Bibliografía 1904-1930, donde hay no pocas enmiendas a los trabajos realizados
por Annick Louis, Alejandro Vaccaro, Sara del Carril y Nicolás Helft.
Quiero finalizar deteniéndome en la ejemplar y demoledora
crítica a Borges. Biografía
total, del argentino, radicado en España, Marcos Ricardo Barnatán. Allí, en
"Barnatán contra Borges", creo leer algunas de las razones por las
que, seguramente, García destaca de otros críticos. Por su insidiosa claridad,
me permito entonces citarlo in
extenso:
"Dos caminos básicos se ofrecen, a mi entender, al
género biográfico: el que consiste en recabar datos fehacientes sobre la
realidad objetiva de la persona biografiada, persiguiendo las huellas que dejó
en la historia o en otros, y el que consiste en reconstruir casi
imaginariamente su personalidad, sirviéndose para ello de su obra, y de mejor o
peor aprendidas nociones de psicología. Prefiero el primero, pero hay casos en
que el segundo, o una atinada mezcla de ambos, han dado buenos frutos.
"El caso 'Borges', por su parte, plantea dudas
radicales acerca de la pertinencia del género. Según su propia visión de lo
literario, el conocimiento de lo meramente biográfico nada agrega a la
producción de un autor. La realidad, díscola maestra de la teoría, ha
desautorizado esos compartibles pruritos. Nos agrade o no, se escriben, se
publican y se leen biografías de Borges, y no se ve llegar el día en que
desaparezcan.
"Aceptada, pues, como ineludible realidad, queda el
resignado estudio de la literatura biográfica sobre Borges. Tres males la
aquejan, a mi entender.
"El más difundido es el intento de imitar su prosa,
tarea no siempre grata para quien lee, y que seduce a quien la práctica, por lo
general, a ese estilo que Borges atribuyera (no del todo injustamente) a parte
de su obra juvenil: 'lo grandioso de tercera categoría'.
"Otro es la pobreza de los medios materiales e
intelectuales invertidos en la investigación. La mayoría de los autores copia
con mayor o menor celo, con mejor o peor vista, lo que otros ya han escrito, no
sin esconder el fruto de su laboriosa pereza bajo palabreros reordenamientos.
"El tercer mal, quizás derivado del anterior, es la
profusa utilización de citas de Borges (en general, sin mención de la fuente).
Personas, cuyo juicio respeto, gozan de este método, o lo tienen en gran
estima. Por mi parte, nada opondría a él, si las citas fuesen contemporáneas de
los hechos a los cuales aluden, o si, cuando menos, se sopesara debidamente su respectiva
validez. Inocentes de ese cuidado, la mayoría de los biógrafos opta por repetir
recuerdos de Borges separados por varios decenios de los hechos que narran, y
confunde eso con biografía. 'Embelesados y erróneos', no advierten que falsean
así la historia, ya sea porque Borges tendió a la mistificación, ya porque su
memoria era prodigiosa, pero no infalible.
"Los biógrafos de Borges, por su parte, se dividen en
dos bandos principales: quienes lo conocieron personalmente, y quienes se interesaron
por él sólo a través de su literatura, o de las equívocas promesas de su fama.
"El primer grupo, a su vez, está conformado mayormente
por 'viudas' y 'huérfanos'. Me permito llamar así a las mujeres que
compartieron, en alguna imprecisable medida, etapas de la vida de Borges, y a
algunos de los jóvenes admiradores que lo trataron con más devoción que
frecuencia. Este grupo, por su parte, se escinde en 'pródigos' y 'réprobos',
siendo éstos los 'desheredados' por Borges mismo — o por alguna de sus
'viudas'."
Planteada la tipología, García —nacido en Buenos Aires en
1953, y radicado en Alemania desde 1979— demuestra con su obra que es posible
escapar de las trampas usuales en las que usualmente caen los críticos y los
biógrafos de Borges, aunque en ese tránsito se vea obligado a desmentir más de
una vez los dichos del propio autor que es objeto de su labor. De hecho, luego
de la lectura de este libro, ya no tiene asidero el cuento pergeñado por Borges
a propósito de la distribución de Fervor
de Buenos Aires entre
los abrigos de los miembros de la redacción deNosotros, ni la historia
de la obtención del Segundo Premio Municipal con Cuaderno San Martín, un error
difundido por los exégetas que Borges supo adoptar convenientemente. Ambos son
auténticos relatos de ficción que le sirvieron a Borges para construir esa
imagen que quería legar a la posteridad. En los dos casos la lectura del libro
de García permite descubrir una intencionalidad que, como tantas otras cosas
—por ejemplo, la ya mencionada alteración de los primeros libros de poemas casi
dos décadas después de escritos, sus juicios progresivamente cambiantes a
propósito de sus contemporáneos y de casi cualquier otra cosa, etcétera—,
sirven para entender más cabalmente la estrategia que adoptó para su
presentación pública el mayor escritor argentino del siglo XX.
A pesar de que, por su naturaleza, algunas de sus páginas
resultan arduas, se trata de un libro de primera importancia y muy recomendable
lectura. Acaso el esfuerzo de Carlos García —más allá de lo que piensen las
"viudas", los "huérfanos" y toda esa ralea— sirva para
sentar las bases del enorme trabajo que Borges todavía plantea a ésta y a
futuras generaciones.